Toda carne es destruida por el Diluvio (Génesis 7:21-24).

Si hay unos seres vivos característicos de la Tierra son aquellos cuya constitución comprende la “carne”: Animales salvajes, ganado, reptiles, aves o el mismo ser humano. Todos ellos tienen la “carne” en común, y todos ellos tuvieron la misma suerte al ser arrojados a las aguas del abismo: Morir ahogados sin remedio. Todos ellos habían recibido el don más precioso de la Creación: El aliento de vida que Dios, en su beneplácito, les había otorgado. La catástrofe fue absoluta. Tan solo aquellos que embarcaron en el Arca salvaron la vida. Las aguas del juicio de Dios preservaron la Tierra de la lacra humana durante 150 días. El tiempo necesario para consumir el juicio divino.

Estos 150 días comprendieron el período de 40 días y 40 noches de lluvia (7, 12 y 17). Fue entonces cuando el diluvio alcanzó su apogeo (cf. 8, 3). Pero, aún faltarían 2 meses y medio antes de que el agua retrocediera y dejara al descubierto algunos picos de montaña (8:4, 5), más de 4 meses y medio antes de que la paloma pudiera encontrar tierra seca (8:8-12), y casi 8 meses antes de que los ocupantes pudieran dejar el arca (8:14).

Ni una sola gota de agua de este juicio excedió la cantidad necesaria. Así de grande es el pecado, así de ecuánime es el juicio de Dios. Mientras el agua inundaba la tierra, la familia de Noé recordaba vívidamente que el mismo Dios que juzga con severidad el pecado es el que lleno de misericordia salva.

El apóstol Pedro nos recuerda que, igual que por la Palabra de Dios el mundo antiguo pereció anegado de agua, por esta misma Palabra, el mundo en que hoy vivimos también será juzgado para perdición del hombre impío. Pero, esta vez con un elemento mucho más destructor: El Fuego.

A lo largo del texto, se enfatiza constantemente que la destrucción será total, y fuera del Arca no hay posibilidad de salvarse.

En los días de Noé, la maldad de la humanidad alcanzó su máximo apogeo. El pecado que introdujeron Adán y Eva en el huerto ya se había extendido por la redondez de la Tierra, y «todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal.» (Ge 6:5).

Muchas personas han rechazado la historia de Noé y el diluvio alegando que sólo es un mito más sin ningún tipo de fundamento histórico. Sin embargo, Jesús afirmó la autenticidad de los «días de Noé» cuando los comparó con los últimos días que han de venir (Mt 24:37-38; Lc 17:26-27). El apóstol Pedro también usó la historia de Noé y el diluvio como pauta para dar a conocer el juicio final (1Pe 3:20; 2Pe 2:5; 3:5-6).

La paciencia de Dios es muy grande. Aguantó la desobediencia y la rebeldía de los hombres durante muchos años. Además, tuvieron ocasión de ver como el Arca era construida como testimonio de lo que iba a ocurrir, así como de la mano extendida de Dios para salvar a todo aquel que se arrepiente. Por lo tanto, cada día que pasa es un día más y uno menos en que la puerta de la gracia de Dios permanece abierta. Sabemos que no será para siempre. Por ello, haremos bien aprovechar la luz mientras esta aún brille.

Los hijos de Dios somos llamados, al igual que Noé, a dar testimonio de la justicia divina. Nuestras vidas deben ser modelos del Reino de Dios. Debemos vivir y proclamar la justicia divina y no conformarnos con este mundo de impiedad. Evangelismo, Enseñanza, misericordia, justicia, y responsabilidad creacional son el leitmotiv de la iglesia.

Así que, si Dios actuó de aquella manera con aquellas antiguas civilizaciones, llenas de grandeza de poder. Nada nos hace pensar que hoy no va a hacer lo mismo. Durante aquellos días previos al Diluvio, Noé fue instrumento de Dios. Como predicador de justicia, por su testimonio unos pocos se salvaron, concretamente 8, pero también por su predicación condenó a todo un mundo de impiedad e incredulidad. Aunque la devastación provocada por el diluvio fue absoluta, hoy el mundo, no sólo, lo ha olvidado, ni siquiera lo cree. Siguen rechazando que cuanto más nos alejamos de Dios, más cerca está su juicio. Hoy, como cristianos, tenemos la responsabilidad de anunciarlo.

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