Noé, su familia, y las criaturas vivientes entran en el arca, y el diluvio comienza (Génesis 7:1-12).

Ciertamente, nada es tan importante en la vida como lo que Dios opina de nosotros. Sin duda, Noé tenía sus debilidades, y habría cometido sus errores a lo largo de una vida tan dilatada, sin embargo, el texto afirma que era justo delante de Dios. Era así porque confiaba en aquel que le podía perdonar. Conocía el significado del arrepentimiento y los sacrificios. Buscar su voluntad era una prioridad en su vida. En definitiva, Noé amaba a Dios. Nunca agradaremos a Dios por nuestras obras, porque pesándolas en la balanza son menos que nada. Sin embargo, el Señor nunca rechazará un corazón que le ama con todas sus fuerzas, aunque estas, a veces, fallen o flaqueen.

Dios tiene su propio calendario, y su propia agenda. Y cumple lo que promete. Al igual que en tiempos de Noé, el Señor vendrá sin avisar, pero a tiempo.

El juicio de Dios acontecerá, como en tiempos de Noé. Y, aunque los hombres traten de refugiarse en muchas partes y de muchas maneras, no habrá escapatoria. Si en aquellos tiempos el Arca fue la única salvación, de la misma manera hoy, sólo la Cruz nos puede rescatar.

Las palabras de Jesús en los Evangelios aportan luz a los tiempos previos al diluvio. Se nos dice que, en aquel entonces, a nadie le pasaba por la cabeza que algo como el Diluvio pudiera acontecer. De hecho, se nos dice que en aquellos momentos previos a la gran tormenta la gente gozaba de prosperidad y tranquilidad. La vida transcurría en medio de fiestas nupciales en las que la gente disfrutaba con indulgencia divirtiéndose, comiendo y bebiendo. Desde luego, vivían totalmente ajenos a lo que estaba a punto de ocurrir.

En la provisión del Arca subyace la idea de un nuevo comienzo, de una nueva Creación. Dios provee, y da a conocer que el juicio comenzará, pero también acabará.

Si bien el juicio fue repentino, Noé recibió el aviso con 7 días de antelación con el fin de iniciar los preparativos. No es difícil constatar cierto paralelismo con el tiempo de preparación que la Iglesia vive actualmente frente al inminente juicio de Dios.

La justicia de Noé viene de la fe, de la cual era heredero y predicador; por esto era justo «delante» de Dios. Y si lo era delante del Creador de todas las cosas, entonces nadie podía cuestionarlo. Ello demuestra su justificación, no por el cumplimiento de las obras de la ley, sino por la justicia de Cristo; porque por las obras ninguna carne viviente es justificada delante de Dios; así que, aquello que diferenciaba a Noé de la sociedad que lo rodeaba era precisamente su fe. Pues a través de ella somos vivificados, y sin ella somos condenados por la iniquidad que brota de la incredulidad.