Josué 6:13

13. Así que los siete sacerdotes empezaron a tocar las siete bocinas de cuerno de carnero. Da la sensación que, más que empezar un ataque, lo que está empezando es un festival de adoración y alabanza. Y es que no había para menos, pues lo que hacían aquellos sacerdotes en realidad era proclamar la victoria sobre la ciudad. Todo aquel sonido no era otra cosa que el sonido de la adoración y la alabanza que rendían a Dios por su victoria. Ello, probablemente nos recuerda que nunca debemos dejar de ser agradecidos a nuestro Dios por su obra, pasada, presente y futura. El pueblo de Israel no estaba representando ninguna farsa. Allí estaba el arca de Dios, allí estaba su presencia y su palabra como garantía de lo que iba a acontecer. Allí estaba Dios sosteniéndolos con su poder.

Dios es muy paciente y bondadoso, de hecho, el Señor estaba incluso ofreciendo a los habitantes de aquella ciudad una oportunidad para arrepentirse, porque “Dios no contenderá con el hombre para siempre”. Así que el juicio de Dios, cuando venga sobre la ciudad será quizá cruel a nuestros ojos, pero justo a la luz de Dios. Porque al final cada uno recibirá conforme a sus obras, porque es solo mediante el arrepentimiento que uno puede cambiar. Porque Cristo solo puede ser Rey de aquellos que previamente se han arrodillado en arrepentimiento..

La vida del creyente es una vida de constancia, y de continuidad. Por fe creemos la Escritura porque ellas nos hablan de Jesucristo, por fe obedecemos a nuestro Señor, por fe soportamos el oprobio de los hombres, por fe sufrimos y esperamos la manifestación de nuestro Señor Jesucristo.

Es a causa de la fe que el apóstol Pablo nos insta a no cansarnos de hacer el bien, porque el Señor ha prometido que a su debido tiempo cosecharemos, si no desmayamos.

Pero el que persevere hasta el fin, ése será salvo.
(Mat 24:13)

Josué 6:10

10. A veces corremos demasiado, a veces tomamos decisiones sin pensar, a veces actuamos según nuestra propia prudencia. Pero el pueblo de Dios solo es verdaderamente libre cuando obedece a su Señor. Una palabra dicha a destiempo puede hacer más mal que bien. Incluso hay veces que hay que callar porque quien nos escucha “pisoteará y destrozará las perlas de nuestra lengua”.

La oración es el silencio más elocuente y poderoso que existe. Antes de evangelizar debemos pedir en oración a Dios que nos dé la ocasión, el tiempo, el pensamiento, la palabra, y la persona adecuada. Eso sí, llegado el momento nuestra voz deberá oírse con toda su fuerza, porque solo cuando hemos orado y escuchado la Palabra Dios en silencio, Él podrá hablar en nosotros.

De hecho, cuando vino el Señor Jesucristo a este mundo no hizo mucho ruido, él era más bien una persona silenciosa, nos dice Isaías 42:2: “No clamará ni alzará su voz, hará oír su voz en la calle”. Su paso por una pequeña región de Palestina en aquel rincón del Imperio Romano paso prácticamente desapercibido por la sociedad de aquel entonces. Sin embargo, sabemos que cuando vuelva nuestro Señor, su voz y poder se harán notar hasta los confines de la Tierra.

Dios tiene su propia estrategia, él no tiene por qué atacar frontalmente, más bien suele hacerlo dando grandes rodeos. Dicen que unos treinta minutos era lo que se tardaba en rodear la ciudad. Media hora rodeando la ciudad en silencio escuchando solo el sonido de las trompetas de los profetas, esa era la estrategia de Dios. Porque “No nos corresponde a nosotros conocer los tiempos y las edades” dice el Señor. Por lo tanto debemos buscar al que conoce nuestros tiempos y sabe cuándo debemos “entrar”, y cuando “salir”.

Bien intencionadamente, muchas veces empleamos métodos que a nosotros nos parecen buenos, pero ¿lo son para Dios? ¿Va el Señor, realmente, delante de nosotros? ¿O estamos pretendiendo que sea Él quien nos siga? Si vamos “por nuestra cuenta” no tenemos nada que hacer. No hay, y no puede haber otro fundamento en la Iglesia que Cristo mismo, y este crucificado y resucitado al tercer día. Los discípulos “no debían” salir de la ciudad hasta que fueran envestidos de poder por el Espíritu Santo. ¿Dónde debes estar tú?

No contenderá, ni voceará: Ni nadie oirá en las calles su voz.
(Mat 12:19)

Josué 6:8

8.  Ser el Pueblo de Dios tiene implicaciones. El Señor tiene un plan, un proyecto, en el cual cada uno de nosotros tiene cabida. El mandamiento que nos ha sido encomendado es muy sencillo: “Adorar al Señor”. Pero esto solo puede llevarse a cabo si el Señor, objeto de nuestra adoración, está en medio de nosotros. Solo viviendo en la presencia de Dios podemos vernos movidos a la verdadera adoración.

Se dice que el siete es el número de la plenitud, pero esta plenitud solo la hallaremos cuando nos amemos los unos a los otros, y esto solo ocurrirá cuando amemos a Dios de todo corazón, porque solo cuando amamos a Dios le adoramos en verdad. Amar a Dios, adorar a Dios, y amarnos los unos a los otros son una misma cosa.

La presencia de Dios, y Su Palabra, simbolizadas con el Arca, sugieren que no vamos a tener ninguna fuerza moral si no nos tomamos en serio los mandamientos de Dios. Debemos guardar la Palabra de Dios de tal modo que la amemos tanto que llegue a formar parte de nuestra vida con todo lo que ello implica. Y esto no es una opción, no debemos de olvidar que nos encontramos en medio de una guerra de proporciones cósmicas, y que ahora somos nosotros el ejército de Dios, y un soldado, jamás desobedece a su superior.

Una vez más el centro de atención es el Arca del Pacto. Con ello debemos de tener claro que esta no es “nuestra guerra”, en un sentido, sino la de Dios. Es Él quien está sitiando la ciudad, nosotros solo obedecemos sus órdenes, que son: “Adorar al único Dios verdadero”.

Fijémonos que en esta singular procesión, que se inició probablemente al amanecer, en primer lugar van los guerreros, hombres armados, seguidamente los sacerdotes, luego, el Señor en el Arca que, a su vez, iba seguido por un grupo de guerreros. La preeminencia, pues, no la  tenían ni los hombres armados, ni los sacerdotes, sino quien iba en el centro. Estaba claro: El epicentro del terremoto que iba a sacudir aquellos robustos muros estaba en Arca.

«como cuarenta mil, equipados para la guerra, pasaron delante del SEÑOR hacia los llanos de Jericó, listos para la batalla.
(Jos 4:13)»

Josué 6:7

7. Cuando el Señor habla, siempre lo hace con un propósito. Dicho de otra manera, siempre espera una respuesta de nuestra parte. Él habla, nos pide, y nosotros respondemos obedeciendo. Entonces, quizá, deberíamos examinarnos a nosotros mismos, porque es posible que la Palabra de Dios no sea respuesta adecuadamente.
El Señor nunca nos va a pedir nada sin antes habernos preparado. Y nunca nos va a encomendar nada que no seamos capaces de hacer. Conforme a nuestra preparación, nuestra madurez, nuestros dones, capacidades, y  fortaleza, así nos pide Dios. Es por ello que el Señor suele preferir tomarse su tiempo mientras nos forma, Él no tiene nuestras prisas, y podemos dar por seguro que no nos dejará hasta que nos hayamos aprendido la lección.
Pero aun así, en cualquier empresa que llevemos a cabo en Su obra, de nada sirve la mejor preparación, si el Señor no nos acompaña. Si no vivimos postrados delante de su presencia en una actitud constante de adoración y búsqueda de su voluntad.
Es una gran  responsabilidad la que tenemos los que ministramos la Palabra de Dios. Y a menudo caemos en el error de enredarnos en cuestiones y polémicas infructuosas que no llevan a ningún lado, más allá de la queja y la discordia, mientras dejamos desatendido al Pueblo que espera órdenes para actuar.
Nunca menospreciemos los mandamientos de la Palabra de Dios. Aunque algunos sean difíciles de entender, como pueda ser el rodear una ciudad durante seis días. No lo dudemos, si Él lo ha mandado, seguro merece la pena hacerlo, de hecho no existe otra posibilidad de conseguir la verdadera victoria. Alentémonos sabiendo que llegará el día en que Dios nos mostrará los frutos de nuestra vida. No seamos perezosos. No hay privilegio más grande que el servicio a los pies de aquel que dio su vida por nosotros y está sentado a la diestra de Dios. Cuánto más bien hagamos a los demás, mayor será la bendición cosechada y compartida con los que nos rodean.
No temamos. No olvidemos nunca que la Presencia de Dios nunca abandona a sus valientes hombres de “guerra”. Él sabe que la batalla es dura, las pruebas difíciles, y los peligros muchos. No caigamos en el error de confiar en nuestras propias fuerzas, ni tengamos en alta estima nuestra propia opinión. Es la presencia de Dios lo primero y lo único que necesitamos para la lucha diaria.
Por último diremos que la posición de los guerreros con respecto al arca era una posición de guarda real. Imitemos aquellos soldados en su pleitesía y su actitud de adoración. Ello siempre conlleva temerle y respetar Su santa Palabra.

Entonces dijo el SEÑOR a Moisés: ¿Por qué clamas a mí? Di a los hijos de Israel que se pongan en marcha.
(Éxo 14:15)

Josué 6:6

6. La iglesia, estando compuesta por personas que son “reyes y sacerdotes” en Cristo Jesús, tiene como misión vivir sobre los fundamentos del nuevo pacto realizado mediante la muerte y la resurrección de Cristo Jesús. Nuestras vidas deben pues manifestar la Gloria de Cristo mediante nuestra servidumbre al Señor y nuestra obediencia a Su Palabra.

El Arca estaba rodeada por sacerdotes, por delante y por detrás. Así mismo, la vida del sacerdote debe girar siempre alrededor del Señor y su Palabra, del mismo modo, el sonido de nuestras trompetas debe ser continuo, evitando todo tipo de doblez o nota incierta. El Arca no contenía meramente la ley, en ella también se hallaba la misma presencia de Dios. No iba a ser la mejor “estrategia”, ni las buenas aptitudes las que iban a dar la victoria al Pueblo de Dios, sino la únicamente la presencia de Dios entre ellos.

Es más, la estrategia para la batalla ordenada por el Señor era probablemente la peor que se podía plantear humanamente hablando ¿Quién iba a impedir que los soldados de Jericó cosieran a flechazos aquellos ingenuos que se paseaban con el arca en silencio o tocando trompetas? ¿O quién impediría una rápida intervención del ejército de la ciudad desmontando todo aquel ritual? Pero, aun y a pesar de todo, Josué no se negó a llevar a cabo la misión encomendada por Dios, aún a sabiendas que militarmente hablando, todo aquello era una insensatez. En esto Josué también nos da ejemplo porque ni tan solo se quejó, tal y como probablemente habría hecho su antecesor Moisés.

Y es que ahora, de lo que se trata es de demostrar quién es el Señor, y hasta qué punto su Palabra es fiable. El Señor iba a realizar una proeza o un milagro, similar al que hizo abriendo el camino del Mar Rojo. Ahora, aquella nueva generación debía demostrar su fe obedeciendo al Señor del mismo modo que lo hicieron sus padres. El juicio de Dios venía sobre Jericó. Y el Pueblo de Dios debía demostrar cuál es la única fe que puede salvar.

y dieron órdenes al pueblo, diciendo: Cuando veáis el arca del pacto del Señor vuestro Dios y a los sacerdotes levitas llevándola, partiréis de vuestro lugar y la seguiréis. Josué 3:3 (LBLA)

Josué 6:5

5. Nuestra adoración debería ser como el sonido de aquellas trompetas hechas con cuerno de carnero: Firmes y constantes. Y en ellas Cristo debería ser nuestra voz, nuestra sabiduría y nuestro poder por el Espíritu Santo.

Nuestra adoración y nuestra alabanza deben resultar acordes con lo que hemos escuchado en la Palabra de Dios. No veremos milagros, no veremos conversiones, no caerán todos los muros de Jericó que tenemos por delante si no adoramos y alabamos a nuestro Dios conforme a quien es y conforme a sus obras. Solo entonces las murallas caerán y podremos avanzar hacia adelante con seguridad, firmeza y decisión.

Pero cuidado, no es nuestra adoración la que realizará las proezas, será el Señor. La Adoración solo reconoce que “El Señor ya nos ha dado la Ciudad”. Fue por la “fe” del Pueblo de Dios, tal y como nos dice Hebreos 11:30 que los muros de la ciudad cayeron. La Septuaginta traduce el texto: “Los muros de la ciudad caerán de mutuo acuerdo”. El texto indica entonces que no quedó piedra sobre piedra y que la entrada a la Ciudad se podía hacer desde cualquier dirección.

Me acuerdo de estas cosas y derramo mi alma dentro de mí;
de cómo iba yo con la multitud y la guiaba hasta la casa de Dios,
con voz de alegría y de acción de gracias, con la muchedumbre en fiesta. Salmos 42:4 (LBLA)

 

Josué 6:3

Josué 6:3. La estrategia para tomar Jericó es de Dios. Él sabe realmente cómo hacer caer esas murallas y dar la victoria a su pueblo. Así que lo único que debe hacer Israel es, como todo buen soldado, obedecer. Lo primero que debían entender era que Dios ya les había dado la ciudad, por lo tanto lo más importante era entender que no debían tener miedo. Una buena forma de quitarse el miedo de encima es acercarse primeramente y examinar aquello que nos lo produce. Así que ¡qué mejor que “todos los hombres de guerra” den una vuelta diaria a la ciudad durante 6 días! Haciéndolo comprobarán la grandeza de Jericó y la dificultad, de poder tomarla por sí solos, en otras palabras, se convencerán del todo que no tienen posibilidad alguna, humanamente hablando. Por otro lado, no podemos pasar por alto lo perplejos que se iban a quedar aquellos fuertes guerreros de Jericó al verlos desfilar… con el Arca. Y  es que, en realidad, no era el arca quien acompañaba el ejército de Israel, sino al revés. Era el pueblo de Israel quien acompañaba la misma presencia de Dios y su Palabra.

Porque ya que en la sabiduría de Dios el mundo no conoció a Dios por medio de su propia sabiduría, agradó a Dios, mediante la necedad de la predicación, salvar a los que creen.
(1Co 1:21)

Josué 6:2

Josué 6:2. Es bueno escuchar, y escuchar distintas voces, pero lo que de verdad nos interesa es lo que Dios nos está diciendo. Porque sus palabras tienen más valor lo que digan o lo que piensen los hombres, incluidos nosotros mismos.

Para Dios no somos un mero número, un individuo más en la muchedumbre. Tenemos un nombre y el Señor lo conoce. Su relación con nosotros solo puede ser personal. Igual que para Dios 1000 años son como 1 día, y 1 día es como 1000 años. Toda la humanidad tiene el valor de un hombre, y un hombre el valor de toda la humanidad.

Nuestra es la batalla que el Señor nos encomienda, pero solo suya es la victoria. En la vida, solo aquello que procede de Él puede considerarse verdaderamente un logro o una bendición. Y es que, en última instancia, todo le pertenece, sea bueno o malo, no hay nada ni nadie que pueda, o haya podido, resistir el poder de su Palabra. No hay nombre más alto ni poderoso que el suyo. Este mundo con todos sus bienes, con todos sus poderes económicos, políticos o militares nada tiene que hacer cuando se enfrenta al Dios todopoderoso. “Yo he entregado”, ha dicho Dios en pretérito profético. Esto significa que habla en pasado de algo que aún tiene que ocurrir, por lo tanto, ocurrirá con toda certeza.

Dios podría manifestar su poder por sí mismo, pero Él ha querido manifestarlo a través de su pueblo. Él quiere realizar proezas, en y por nosotros, para que hombres incrédulos le conozcan y le teman.

Lamentablemente solemos acobardarnos ante los grandes retos, las grandes pruebas o las muchas dificultades que conlleva la vida. Pero eso no es del todo malo si somos capaces de poner nuestra flaqueza y temor en Sus manos. Porque es cuando nos sentimos indefensos y débiles cuando debemos confiar, tener fe, y esforzarnos para cobrar valentía en los poderosos brazos de su Gracia.

No lo dudemos más, si Dios nos ha dado Jericó, este será verdaderamente nuestro. Pase lo que pase, el Reino de los Cielos es nuestro, porque es el Señor quien nos lo ha entregado.

Josué 6:1

LA CONQUISTA DE JERICÓ

Nos encontramos ante los albores de la conquista de Canaán. Y para empezar nos topamos nada más y nada menos que con la gran ciudad de Jericó, famosa por sus inexpugnables murallas.

Josué 6:1-20

En los primeros veinte versículos Josué dirige a los israelitas rodeando la ciudad de Jericó, siguiendo el arca del pacto, y al séptimo día, los sacerdotes hacen sonar fuertemente sus trompetas haciendo caer sus murallas.

1. Si la gran ciudad de Jericó se hallaba cerrada “a cal y canto” a causa de los hijos de Israel; no podemos esperar tampoco nosotros que “nuestras grandes ciudades” abran igualmente sus puertas de par en par y nos dejen entrar.

La causa, nos dice el texto, eran “los hijos de Israel”. Hoy nosotros no somos aquellos “hijos” de Israel, tampoco lo somos de sangre, pero sí de adopción. Y aún más que esto, somos “hijos de Dios” redimidos por la sangre el Hijo de Dios, Jesucristo, derramó en la cruz. Así que por pura gracia, no por mérito nuestro, ni por decisión humana, sino única y exclusivamente por voluntad divina representamos una “amenaza” aun mayor a nuestra sociedad.

Se nos dice que de la ciudad nadie entraba ni salía. El hermetismo era absoluto. Nada hay más fútil que tratar de entablar amistad con este mundo que nos rechaza por ser quienes somos. Igual que las tinieblas y la luz no pueden coexistir, tampoco podemos mezclarnos con ellos sin perder nuestra identidad. Los poderes religiosos, filosóficos, económicos y políticos de este mundo nada quieren tener con el verdadero pueblo de Dios, aquel que pertenece al Reino de los Cielos. El mundo, no quiere recibir nuestra influencia, y mucho menos “colaborar” con nosotros. Pero es nuestra obligación, y nuestra responsabilidad vivir entre ellos siendo la sal que preserva la vida y la luz que trae esperanza a todo corazón.

Amamos profundamente a las personas que viven entre nosotros, pero rechazamos todo el poder, toda la grandeza, arrogancia y sabiduría que conduce este mundo. Debemos ser la prueba de que si el Señor no edifica la casa, tarde o temprano, esta caerá. Nuestro mundo alardea de poder vivir sin Dios, pero tarde o temprano la voz de Dios se oirá, y entonces las murallas en las que se escudan caerán.

Jericó. La Ciudad de Jericó es la más antigua que se conoce. Su asentamiento se calcula que fue, nada más y nada menos, que 9000 años antes de Cristo. Hay también indicios de que fue la primera ciudad de Canaán. Se cree también que en ella había un gran templo donde se adoraba la luna. Parece ser que el nombre de la ciudad significa “ciudad de la luna”. Así que no nos encontramos solo ante la destrucción de una ciudad, sino también ante la destrucción de su religión.