Hoy alabamos y adoramos a nuestro Dios porque podemos descansar y esperar en Él. No escondemos nuestra preocupación, o nuestra perplejidad al contemplar o ser partícipes del sufrimiento inherente a nuestra existencia. Sin embargo, estamos plenamente convencidos que un día tendremos una conversación tranquila y razonada con nuestro amado Señor y Salvador, que nos escuchará y nos hará ver las cosas tal como son.
Hoy, ciertamente, no sabemos dónde se encuentra Dios en medio de tanta miseria, pero sí tenemos la certeza de que nada escapa a su conocimiento. Él sí sabe dónde y cómo nos encontramos. Sabe que la prueba nos purificará como al oro. Y nosotros, mientras tanto, seguimos su rastro a través de su Palabra, más necesaria que el pan de cada día. Le adoramos con temor porque, por su gran poder, nada detendrá su justa y soberana voluntad. Por ello, en la ora más oscura, aún con temor, sabemos que su luz no se apagará.