2:4-7. A pesar de que hoy, en nuestra sociedad, no está muy bien visto dar por cierto el relato de la Creación que encontramos en este libro. Y dejando a un lado detalles científicos que no merece la pena discutir porque tampoco aparecen en el texto, merece la pena que prestemos máxima atención al relato bíblico por su especial trascendencia y por la cantidad de “materia prima” que aporta a la cosmovisión bíblica de la vida desde el punto de vista cristiano. Génesis no aporta pruebas científicas acerca del inicio de la vida, pero sí ofrece gran información acerca de quién lo ha creado todo: El Universo y todos los que lo habitamos.
En este texto bíblico a considerar encontramos, entre otros detalles:
- Que Dios creó el universo de la nada, tal y como también parecen confirmar teorías como la del “Bing Bang”.
- La Creación se llevó a cabo por fases o distintos estadios de tiempo. Algo que también parecen corroborar otras teorías científicas.
- Dios organiza la creación animal y vegetal según su especie.
- También leemos que la climatología era totalmente distinta en los albores de los tiempos.
Pero, lo más remarcable de este pasaje es, sin lugar a duda, la Creación del hombre. Que, no sólo fue creado a imagen y semejanza de Dios, sino también fue formado del polvo de la tierra cual jarrón de porcelana en manos del alfarero. Existe pues una relación y una dependencia total entre el hombre y la tierra que habita. Estamos hechos de tierra, fuimos creados para cuidarla y ejercer mayordomía sobre ella, la necesitamos, y ella nos necesita a nosotros.
Por otro lado, no somos sólo “tierra”, o “carne”. También hay espíritu en nosotros. Espíritu que nos ha sido dado por Dios mismo. Esto nos hace distintos a todos los demás. Tan vital es nuestra relación con la tierra y todo ser viviente, como nuestra relación con otras personas y, sobre todo, nuestra relación con Dios, que nos dio el aliento de vida.
Este bello planeta tiene algo de “sagrado”, y es que ha sido creado y es sostenido por Dios Padre, Hijo (la Palabra), y Espíritu Santo. Todo ha sido creado con una delicadeza, exquisitez, diversidad y complejidad formidables y sin parangón.
El hombre aparece en este bello y singular planeta como el mayordomo de Dios. Aquel que no sólo disfrutará de la Tierra, también la cuidará, la administrará, y la trabajará. Porque el hombre no sólo fue creado para la tierra, también es parte de ella, ya que de ella misma fue formado.
Venimos de la tierra, porque de ella fuimos formados, y venimos de Dios porque Él ha puesto su aliento de vida en nosotros. Así somos de vulnerables y frágiles, así somos también de bendecidos y cercanos a nuestro Creador. A la tierra volveremos, en cuerpo, y a Dios también regresaremos en espíritu cuando partamos.
En este episodio el agua juega un papel fundamental. Es una bendición que emana tanto del Cielo como de la Tierra y hace posible la vida. Tristemente, más adelante, con la irrupción del pecado, veremos como el agua terminará siendo un elemento de juicio.
El verbo que utiliza la Escritura para decir que Dios “formó” al hombre es el mismo verbo que se utiliza para describir la profesión del alfarero. Dios es definido aquí pues como el Dios “alfarero”. Tal es el conocimiento y la destreza de nuestro Creador, que es capaz de formar al ser humano del polvo de la tierra ¿Quién nos conocerá mejor que Él?