Nacimientos, trabajo, y religión de Caín y Abel (Génesis 4:1-7)

Génesis 4:1-7

Ahora, Adán y Eva van a estar mucho más solos que antes. Van a padecer la decisión de vivir “por su cuenta”. Ahora se necesitan el uno al otro, pero no como antes. Ahora hay mucho vacío que llenar, y ambos saben que nunca van a satisfacerse como Dios lo hacía antes.

De todas formas, Dios no los ha abandonado. Habrá sido voluntad de ambos tener un hijo, pero sólo con la ayuda del Señor Eva ha concebido, según nos cuenta. El milagro de la concepción en las mujeres ya es una realidad, y con ella parece haber cierta predilección por los varones, tal y como manifiesta Eva. Quizá es un principio de lo que hoy conocemos como misoginia, un mal que ha recorrido toda la historia hasta nuestros días. Quizá Eva, consciente de la dureza de la vida, ve el tener un varón como un activo, más que una carga. O simplemente, la madre de todo ser humanos albergaba en su corazón que de Caín vendría la salvación prometida por el Señor. En cualquier caso, veremos como empiezan a surgir elementos en la historia que pronto derivarán en diversidad de conflictos.

Observamos que con Caín y Abel surgen los oficios. Cada uno se especializó en una profesión. Uno como agricultor, y el otro como ganadero. También vemos la aparición de la religión, algo que, hasta ahora no hacía falta. Presenciamos también el primer acto litúrgico de la historia, que curiosamente, será el primer foco de odio que ha conocido la humanidad.

Vemos también una forma de sacrificio y adoración a Dios que le agrada y otra que no. Una pasa por la expiación mediante el derramamiento de sangre de los mejores animales, los primogénitos del rebaño, y el otro por la ofrenda de parte de una cosecha de la tierra.

Son dos formas de religión antagónicas y que se hallan en conflicto hasta el día de hoy. Una, la que desagrada a Dios, es totalmente contraria a la verdadera, hasta el punto de que, aquellos que la practican acaban odiando y persiguiendo sin remedio a los que viven la otra.

Caín no le ofrece lo mejor de la cosecha, tan solo una parte de ella. Con esta actitud demuestra que no se siente realmente agradecido, tan solo en parte quizá. Atribuyéndose la mejor parte para sí, reduce la ofrenda a un mero acto “protocolario” que busca más bien algún tipo de “mercadeo” con Dios, en lugar de una auténtica ofrenda de paz a través de un acto de sacrificio sincero sin esperar nada a cambio. Por otro lado, a nadie escapa que lo único que ofrece Caín es su gran esfuerzo. Una mente racional podría justificar a Caín poniendo en relieve las largas jornadas de trabajo bajo el sol, o la lógica prudencia de almacenar parte de la cosecha para abastecerse mientras la tierra no dé su fruto.

Sin embargo, la adoración de Abel si fue recibida con agrado por parte de Dios. Primeramente, el texto nos dice que Abel ofreció lo mejor de su ganado. Al dar los primogénitos manifestaba un sincero y profundo agradecimiento a Dios. De algún modo, estaba reconociendo que toda bendición proviene de Dios. Por otro lado, admitía que no hay esfuerzo humano, por grande que sea, que pueda satisfacer a Dios. Finalmente, Abel entendió que sin derramamiento de sangre no puede haber remisión de pecados. Abel entendió la gravedad del pecado y de algún modo es precursor del sacerdocio del creyente. Su sacrificio fue el primer destello de la futura venida del cordero de Dios, aquel que quitará el pecado del mundo.

El resultado de agradar a Dios es inmediato: Gozo y Paz. El resultado de agradarse a sí mismo es conflicto y amargura. Como creyentes deberíamos analizar nuestro estado. Porque cuando somos fuente de conflicto y de amargura, quizá la ofrenda que estamos presentando a Dios es la ofrenda de Caín.

Llama la atención la actitud del Señor con Caín. Lo vemos queriendo entrar a razonar con él. Tratando de que vea cuál es el motivo de su enojo. Procura hacerle ver que no ha obrado correctamente. Que su actitud egocéntrica, en realidad, lo deja a la intemperie y desprovisto de protección. Aun así, su mano siempre está tendida. Sí pide ayuda la recibirá. Cuando nos volvemos a Dios, el pecado huye sin remedio. Lamentablemente, Caín decidió no escuchar su consejo.

El pueblo de Israel mantuvo la tradición ganadera de Abel. Lo veremos más adelante. Abel es incluso considerado por el Señor Jesús como el primer profeta mártir.

De las ofrendas de Caín y Abel vemos, tal y como dice el profeta Samuel, que es mejor obedecer la voz de Dios que hacer cualquier tipo de sacrificio. El autor de la Carta a los Hebreos nos enseña que el sacrificio de Abel fue agradable a Dios porque fue fruto de la fe depositada en la sangre de aquel animal primogénito, figura del Señor Jesús.

Tal y como dice la Escritura, el Señor no se deja impresionar por las apariencias. Él mira en lo más profundo del corazón, y es capaz de discernir lo más íntimo del corazón. Caín trató de impresionar a Dios por sus logros, su espíritu fue de altivez y falta de humildad. En la religión de Caín encontramos los caminos de Balaam, el hombre de Dios que sucumbió al soborno, y al deseo de los bienes materiales.

A pesar de nuestras infidelidades y de nuestro caprichoso egocentrismo, Dios nunca deja de buscarnos y de tratar de arreglar las cosas. Su mano tendida continua, hoy en día, a pesar de nuestra indiferencia.

Ignorar la gravedad del pecado no nos librará de sus consecuencias. Tristemente, pasamos por la vida sin pensar en todo lo que acarrea, y acarreará. Nuestra ofensa es contra Dios, y la paga del pecado sigue siendo la muerte y la condenación eterna. El pecado nos acosa constantemente, se adhiere a nuestras manos y llama constantemente a la puerta de nuestra casa. Nuestra voluntad tiene que debatirse una y otra vez con nuestra tentación de cada día.

El Dios de la Biblia es un Dios misericordioso. Puede afirmar que es amor porque lo demuestra constantemente con su pueblo infiel. Su ira no durará toda la vida. Él espera ese giro, ese cambio que germina en un corazón contrito y humillado. No es cierto que la maldad del hombre no tenga remedio. Sí lo tiene, mediante la confesión de pecado y el arrepentimiento ante el Dios de la gracia.

El amor de Dios es firme, inamovible a través de las generaciones. Él ha provisto del Espíritu Santo que nos fortalece y nos capacita para no dejar que el pecado reine nuestras vidas. Porque sólo hay dos opciones en la vida, ser esclavo del pecado y de la muerte, u obedecer los preceptos que nos conducen por caminos de justicia.

Eva dijo, he recibido un hombre del Señor— es decir, «con la ayuda del Señor» — una expresión de gratitud piadosa — y lo llamó Caín, es decir, «una posesión», como si se valorara por encima de todo lo demás; mientras que la llegada de otro hijo recordó a Eva la miseria que implicaba su descendencia, por eso le puso el nombre de Abel, es decir, debilidad, vanidad (Sal 39:5), dolor, o lamentación.

El Señor tenía respeto a Abel, no a Caín, según el texto original. —Las palabras, “tenía respeto a,» significan en hebreo, —»mirar cualquier cosa con una mirada aguda y seria,» que se ha traducido por, «encender un fuego,» de modo que la aprobación divina de la ofrenda de Abel se mostró al ser consumida por el fuego (véase Ge 15:17; Jue 13:20).

Si lo haces bien, ¿no serás aceptado? —¿Una mejor traducción sería: «No tendrás la excelencia»?

Adán y Eva son expulsados del Paraiso (Génesis 3:22-24)

Génesis 3:22-24

Claramente, el estado del hombre es insoportable. El daño que se ha causado es irreparable. No puede sobrellevar el conocimiento que ha adquirido. No puede controlar el mal que ya corre por su interior, siente el peso de su rebeldía, la desobediencia y la confrontación directa con su creador. No puede jugar a ser Dios sin caer en el infierno. Tiene que ser expulsado del Paraíso para que el cáncer del pecado no haga más estragos que los que ya ha hecho. La vergüenza que tuvieron que pasar nuestros padres debió ser mayúscula. Fueron un espectáculo bochornoso al mismo Cielo, que miraría con estupor.

Se acabaron los placeres del Paraíso. Ahora deberán luchar contra multitud de adversidades. Van a sufrir en sus propias carnes el haber dado la espalda a Dios. Ahora la tierra padecerá con ellos. No dará su fruto sin gran esfuerzo y sacrificio. Vemos la conexión que los seres humanos tenemos con la tierra que pisamos. De ella fuimos creados, de ella vivimos, y a ella volveremos. Cuando la tierra sufre, sufrimos nosotros; cuando sufrimos nosotros, sufre la tierra que, en un sentido, nos parió.

Hasta el día de hoy. El árbol de la vida permanece oculto a nuestros ojos y es inaccesible a nuestras manos. A buen recaudo es custodiado por querubines hasta lo volvamos a ver, pero esta vez, en la Jerusalén celestial, sanando a las naciones y dando vida a los pueblos.

La espada de fuego viene a decirnos que el privarnos del acceso al árbol de la vida es resultado del juicio y del poder sobrenatural de Dios. El movimiento de la espada sugiere además que no sólo la entrada, sino todo el camino que conduce al árbol queda fuera de nuestro alcance. Además, un fuerte querubín sellará la entrada al jardín del Edén. Aquí y en otros episodios de las Escrituras, los ángeles aparecen frecuentemente con atribuciones militares y suelen ser ejecutores del juicio divino.

Si bien los ángeles custodian el paraíso impidiendo nuestra entrada en él. Ellos también tienen puesta la mirada en el propiciatorio de la misericordia divina. Ellos contemplan el transcurso de la historia y actúan obedeciendo las órdenes de Dios. Ellos son instrumento de juicio, bien sea para salvaguardar la misericordia de Dios, o para extirpar el mal que infesta la tierra.

Ellos son los brazos ejecutores del poder de Dios. A través de ellos el Todopoderoso hace prodigios y maravillas. Nos dice la Escritura que ellos están implicados en la administración de la Creación entera. Ellos son mensajeros del altísimo. El hilo conductor por el cual es ejecutada su Palabra.

Los ángeles han estado involucrados en este mundo desde la misma creación. Sus intervenciones en la tierra siempre están cargadas de misterio. A lo largo de las Escrituras van apareciendo y desapareciendo. Interviniendo en momentos cruciales, siempre obedeciendo el mandato divino. En ocasiones su aparición es compleja, llena de simbolismo, y muy difícil de entender.

Los querubines tienen un alto rango. Son grandes en majestad y poder. Sus actuaciones tienen siempre una gran trascendencia. Son encargados de velar por lo más sagrado. Viven y actúan cerca del Dios tres veces santo. Conocen el gozo que emana de una adoración sincera y ferviente. No dejan de hacerlo constantemente. Por ella son conocedores de su poder y voluntad. Satanás fue uno de ellos. Él fue quien se camufló en la serpiente del jardín. Su rebelión provocó una escisión en el mismo cielo. Y por su ambición desmesurada, así como por su violencia fue expulsado y condenado. Se dejó arrastrar por el orgullo y por él traicionó a su creador.

El hecho que el texto diga “como uno de nosotros” enfatiza la existencia de la trinidad.  El hecho de que Dios existe en tres personas. La palabra hebrea utilizada para referirse al mal, no sólo se refiere al mal en sí, también a sus consecuencias, como pueden ser la calamidad y la miseria.

Parece claro que el árbol de la vida poseía ciertas propiedades para preservar la vida indefinidamente. Si bien el hombre fue creado para vivir eternamente, también lo fue para no pecar. Ahora no se daban estas dos condiciones, por lo tanto, fue despojado de la fuente de la vida eterna.

Esta volverá más adelante, pero de la mano de Cristo. Por quien la muerte ha sido abolida, a la luz del Evangelio. Si no hubiéramos sido privados del preciado árbol, el pecado se hubiera multiplicado exponencialmente, y con él, todo el mal y desdicha que arrastra.

El hombre fue despedido del Edén no para que estuviera fuera mirando la espada de fuego voltear, sino para que emprendiera un peligroso y angosto viaje que aún hoy perdura. Prueba de que fuimos creados de la tierra es que el mismo cuerpo está compuesto por diversos elementos químicos que nos son comunes, tales como el hierro, la glucosa, la sal, el carbono, el yodo, el fósforo, el calcio, y otros.

Adán y Eva, no se fueron del jardín del Edén por voluntad propia, no entendieron que era lo mejor que podía ocurrir. Se nos dicen que fueron, literalmente, expulsados. Fueron desposeídos de él, y dejados, como aquel que dice “de patitas en la calle”. Toda una humillación.

Por otro lado, la reconquista ya ha comenzado. Y el Reino de Dios sigue avanzando, muy despacio quizá, pero su paso es inexorable. Mientras tanto, los querubines siguen flanqueando la entrada al Paraíso esperando aquel que es digno de abrirlo de nuevo.

Pero hasta que el Paraíso, convertido ya en Reino, se establezca definitivamente, Dios no deja de buscar un lugar donde habitar en la Tierra. Primero fue el tabernáculo, entre su pueblo, más adelante fue el templo, y hoy es el corazón de aquellos que han recibido a Cristo. Dios nunca ha abandonado al hombre a su suerte, aunque sin duda, podía haberlo hecho. Ha decido acompañarlo todo el camino que le separa hasta su redención.

Tendremos que esperar a la victoria final de Dios en Apocalipsis para volver a ver el árbol de la vida, pero esta vez para curarnos y restaurarnos definitivamente la vida perdida.

El Primer vestido de la Humanidad (Génesis 3:20-21)

Génesis 3:20-21

Ahora sí comienza la humanidad tal y como la conocemos hoy. De la descendencia de Adán y Eva saldrá toda la humanidad. Ahora, el trabajo y el tener hijos serán una dura carga que sobrellevar, pero ambas cosas serán necesarias para la supervivencia. Ahora queda por delante un largo y angosto recorrido hasta la redención del hombre.

Las palabras de juicio de Dios sobre la serpiente, la mujer y el hombre son seguidas inmediatamente por dos observaciones que transmiten esperanza. En primer lugar, el hombre pone por nombre a su esposa Eva (v. 20), que significa «dadora de vida”. En segundo lugar, Dios viste, empáticamente, a la pareja cubriendo la vergüenza de su desnudez (v. 21).

Por vestiduras, Dios provee a Adán y Eva de pieles de animales, lo que implica la muerte de al menos un animal para cubrir su desnudez, muchos ven aquí un paralelismo relacionado con el sistema de sacrificios de animales para expiar el pecado que será instituido por Dios a través de Moisés y su liderazgo sobre Israel, así como el sacrificio final de la muerte de Cristo como expiación por el pecado.

La promesa de Dios vendrá a través de la descendencia de Eva. A su debido tiempo nacerá el Salvador. Hoy, la primera pareja aprenderá también que sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecado. El Señor mismo confecciona vestidos para cubrir la vergüenza de nuestros padres. Ese mismo día sintieron el calor y el consuelo del Señor. El mismo día que el Señor vistió a Adán y Eva, emprendió el largo camino a través de la historia que le llevará a la Cruz para salvarnos de la maldición del pecado y de la muerte.

Todos los creyentes, al igual que Eva, estamos expuestos a las mentiras de la serpiente. Rápidamente nuestra fe se va corrompiendo, adoptando ciertas “medio verdades” y desviando nuestra atención de Cristo a otros pequeños “ídolos” camuflados entre nuestras “pertenencias espirituales”.

La maldad adherida al corazón del ser humano se hace difícil de soportar. Sobre todo, para nuestra conciencia. Nos hiere verla reflejada en los rostros de los demás. Por eso la tratamos de ocultar como podemos. Sin embargo, Dios mismo prepara unas pieles que no sólo cubrirán nuestra miseria, serán anticipo de un nuevo vestido que sustituya este cuerpo caído y sin remedio.

La serpiente engaña a Eva (Génesis 3:1-5)

El terreno de la mentira siempre es pantanoso. Uno no puede pretender que está preparado para afrontarlo sin que haya tan solo posibilidad de ser engullido por él. Basta un poco de astucia para que todo sea confuso, y antes de que nos demos cuenta ya estamos con el agua al cuello. El mismo Señor Jesús nos aconseja estar alerta constantemente, empleando incluso la astucia, para revertir toda artimaña diseñada para hackear nuestro corazón.

La serpiente prepara el terreno lanzando puñados de dudas esperando que alguna de ellas llegue a germinar. Siempre ha sido esta su estrategia. Irrumpe en la vida de Eva en el momento más inesperado y desfigura la realidad insinuando que Dios no es tan bueno como parece. Hay algo que les está ocultando. De hecho, insinúa que Dios les está privando del pleno uso y disfrute del jardín. Quizá Dios está empezando a acotarles el acceso al comprobar lo capaces que son de desenvolverse.

Pero Eva se defiende bien, tanto ella como Adán han recibido instrucciones claras de Dios. Pueden experimentar absolutamente todos los frutos del jardín exceptuando uno sólo que está justo en medio. Porque del cumplimiento de este mandato depende absolutamente todo. La advertencia es seria. Viene de Dios, y las consecuencias son realmente funestas: “La muerte”.

Pero la serpiente sabe utilizar perfectamente su mejor arma: La mentira. Introduce en este mundo la materia prima de todas las desgracias. No es tan fácil lidiar con ella. Nosotros mismos somos empapados con mentiras constantemente. Nunca debemos dar por sentado que sabemos discernir entre los que es cierto y lo que no lo es. Eva no era una ingenua, como se nos ha querido hacer ver a menudo. La serpiente le cuenta una sarta de “verdades a medias” que no puede refutar. Es cierto que “sus ojos serán abiertos”, “y tendrán conocimiento del bien y del mal igual que Dios”. Sin embargo, todo es una fenomenal artimaña altamente letal y contagiosa que sólo tiene un propósito: “La abolición definitiva del hombre”. Porque sus ojos serán abiertos, sí, pero para descubrir su propia vergüenza, y el conocimiento del bien y del mal que adquirirán sólo hará cristalizar el pecado en sus corazones subyugándolos desde el primer instante, haciéndoles sufrir sus inevitables consecuencias desde el primer bocado, entre ellas: La muerte.

El problema no fue la astucia, sino el engaño y el orgullo. Esta serpiente, Satanás, no ha dejado de utilizar sus artificios engañosos para engañar a todos, dentro y fuera del pueblo de Dios. Hoy continúa haciéndolo, especialmente entre nosotros, siempre apartándonos de una devoción sincera y pura a Cristo. El mal siempre es el mismo: Un cristianismo sin Cristo. Y hoy lo estamos viviendo más que nunca.

En Apocalipsis, cuando el “Gran Dragón”, “la Serpiente Antigua”, o Satanás es arrojado a la Tierra, se le asigna el título de “el engañador del mundo entero”. Ese es su nombre, y de sus mentiras se nutre la maldad del corazón humano.

¿Entonces cuál fue el tropiezo de Eva? Cuestionar la autoridad y la credibilidad de Dios. El asunto era verdaderamente trascendente porque había sido Dios quien había dicho: “el día que de él comieres ciertamente morirás”. De ello desprendemos que la condición natural del hombre es la muerte, porque la vida que experimentamos hoy no tiene nada que ver con la vida antes de la entrada del pecado en el corazón del hombre.

Lamentablemente, siempre encontramos escusas para justificar nuestro pecado, lo llamamos de mil formas para rebajarlo: Siempre ha sido otro el que lo empezado, o en el peor de los casos, otro el que lo ha hecho. Pero Dios sigue buscándonos, sigue esperando oír de nuestros labios: “Contra ti, sólo he pecado”.

La verdad y la vida están tan unidas como la mentira y la muerte. La introducción de la mentira en este mundo nos inyecta la muerte inevitablemente. Del mismo modo, regresando a la verdad, volveremos a respirar el espíritu de vida perdido. O somos hijos de la verdad o somos hijos de la mentira, porque sólo podemos tener un padre. Debemos escoger a quien queremos estar sujetos. Porque ambos siempre tienen deseos contrapuestos, y sólo nosotros decidimos a quien de los dos servimos.

El nombramiento de los animales, la creación de la mujer, la institución divina del matrimonio

Génesis 2:18-25.

Pero el hombre se hallaba en un estado de “perfección en progreso”. Había cierta soledad en Él. Adán era perfecto, pero había una cadencia pendiente de suplir. La balanza era perfecta, sólo faltaba equilibrarla.

Vemos que ahora mismo, en la Creación, hay una unidad, una harmoniosa coexistencia entre hombres y animales. Todos fuimos creados de la tierra, ello explica que compartamos tanta información genética. Toda la similitud que existe entre nosotros y el reino animal no hace más que proclamar que todos tenemos un mismo Creador.

La intención de Dios desde el principio es crear una sociedad jerarquizada de hombres, animales y plantas. Donde el hombre, teniendo la preeminencia, se le asigna un rol muy especial sobre todos ellos. Él debe administrar y cuidar los seres vivos que Dios ha creado. Destacan en estos versículos la estrecha relación entre el hombre y el reino animal. Adán tendrá una labor de Señorío, pero a su vez de estrecha colaboración, incluso de guía sobre los animales. Una vez más, Adán ejercita su rol como representante de Dios entre ellos. Porque la gran diferencia entre ellos y nosotros es que como seres humanos, estamos hechos a imagen de Dios, creador de los Cielos y la Tierra.

Así que Adán, con cierta lógica, empieza a añorar algo de compañía. Adán necesita alguien como él para poder seguir adelante, desea recomponer el equilibrio de la balanza de su vida. Su relación con Dios le llena, su relación con el reino vegetal y animal también, pero Adán desea otro tipo de plenitud. No es que su vida no sea ya una vida completa. Es que es necesario un nuevo estadio en su vida en que Dios de una nueva forma a su existencia. Por eso Dios no añade nada nuevo, simplemente lo hace dormir, toma una de sus costillas, y de ella forma la mujer. Literalmente, una extensión de Adán.

Así que, Dios pone de manifiesto que el hombre es un ser social. Necesita tener relación con sus semejantes, y en especial, una relación estrecha, familiar. Así que, primeramente, queda claro que no es bueno que el hombre esté sólo. Eso no significa que todo hombre o toda mujer estén llamados al matrimonio. Existen muchos tipos de sana relación que suplirán la necesidad de contacto humano aparte de la familia, como; La amistad, y en especial la comunión cristiana. La longevidad del hombre y la duración de su edad fértil proveen al hombre de una cobertura familiar que suele durar más de media vida. Pero lo habitual, al menos hasta ahora, lo normal es que el hombre abandone su familia (padre y madre) y se una a su costilla perdida.

La soledad no es buena. En ese sentido, todo hombre y toda mujer tienen esa necesidad tan vital, y tan legítima como la del calor humano. Sí alguna vez alguien se queda sin esa buena cobertura familiar, será bueno que, como iglesia, y como pueblo de Dios tratemos de dar cobijo a estas personas.

La mujer fue creada a causa del hombre, y esto le otorga al hombre cierta autoridad (no confundir con autoritarismo). Es una autoridad subordinada totalmente a Dios y que implica, en el mismo grado, un sacrificio de amor que “supera” totalmente cualquier galón otorgado.

Por otro lado, también deducimos del texto que el hombre tiene una dependencia de la mujer que no tiene ella. Precisamente, debido a esa “desventaja” frente a la mujer, debería cuidarla como la parte de su ser más preciada.

Así pues, nos encontramos por un lado con Adán y Eva que son una unidad, y que de esta unidad saldrá la humanidad entera. Ello implica que en el fondo todos los seres humanos pertenecemos a una sola familia. Todos, en realidad somos hijos de “carne de mi carne, y huesos de mis huesos”.

RESUMEN

Nos hallamos pues ante la institución del matrimonio, y por lo tanto de la familia. Pilar de toda sociedad. En el texto, se hacen notorios los siguientes aspectos:

  • Las familias se multiplican dividiéndolas. El hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer formando una nueva familia.

La unión entre el hombre y la mujer es mutua e indisoluble. Los dos pasan a ser un solo cuerpo. Ambos deben cuidarse y respetarse trazando un nuevo camino común.

El mandato divino

Génesis 2:16-17

No fue un descuido de Dios poner el árbol de la ciencia del bien y del mal en el huerto del Edén justamente al lado del árbol de la vida. Dios ordena directa y expresamente a Adán que, pudiendo tomar del fruto de todos los árboles del huerto, bajo ningún concepto coma del fruto de este enigmático árbol.
No sabemos, a ciencia cierta, el motivo por el cual estaban los dos árboles más importantes y disímiles del jardín juntos. Uno daba vida, el otro acarreaba la muerte. Quizá no sólo era una manera de probar, sino también de ejercitar la lealtad de Adán a su Creador.
A diferencia del resto de seres vivos, Adán fue creado a imagen y semejanza de Dios. Ello le atribuía unas cualidades morales que compartía con Él. Era el modo en que Adán ejercitaba su capacidad de escoger entre el fruto que da vida, y el fruto que da muerte teniendo únicamente como criterio la Palabra de Dios.
Así que por fe Adán recibió la llamada disfrutar de todos los árboles del Paraíso excepto uno. Curiosamente, el mandato divino no se limita a prohibir el fruto de un árbol, sino que, de hecho y en contraposición, abre la puerta a disfrutar de todos los demás con toda libertad.
Ello nos lleva a considerar que todo lo que Dios nos ha dado es para disfrutarlo, para nuestro bien y forma parte del ámbito de la libertad que nos ha sido otorgada. Sin límites no hay libertad. Los términos de Dios evitan que seamos arrastrados sin remedio al lagar del sufrimiento y la esclavitud que conlleva el pecado.
Curiosamente, la tentación que ofrecía aquel apetecible fruto era algo tan razonablemente bueno como la adquisición de más conocimiento del que ya había recibido de parte de Dios.
Hasta ahora, Adán el primer hombre, sólo podía escoger entre un universo de posibilidades de hacer lo moralmente bueno y agradable a los ojos de Dios, aunque existía una posibilidad de errar y adentrarse en un mundo desconocido. Tan solo tenía que adquirir un nuevo conocimiento que le había estado expresamente vedado. El propósito de la prohibición no era otro que apuntalar y certificar una fidelidad recíproca con su Creador.
Sí, hay conocimiento que como seres humanos no podemos sobrellevar, que no nos pertenece, que nos supera, nos domina, nos esclaviza y termina matándonos.
Algo que también aprendemos de estos versículos es que en ningún momento de la historia “no ha habido límites”. Incluso cuando no había pecado en el mundo, Dios puso límites al hombre que no debía traspasar bajo ningún concepto. Por lo tanto, nuestra libertad siempre ha estado acotada, y siempre ha habido señales de “peligro de muerte”. Mucho más ahora, que el pecado ya forma parte de nuestras vidas.
Comer del árbol de la ciencia del bien y del mal activaría lo que hoy conocemos como “la conciencia”. Seguro que Adán tenía conciencia, pero esta nunca había sido mala. Después de la caída, esa conciencia se convertiría en un yugo de por vida. Desde bien joven someterá al hombre hasta la tumba. Lo avergonzará constantemente. Y hará que el miedo sea su sombra día y noche. Provocará un conflicto en su interior que amargará toda relación. La conciencia será la alarma que anunciará la presencia del pecado en cada uno de nosotros.
Ya desde el principio, el estado del medio ambiente y la actividad del hombre están estrechamente relacionadas. La mayordomía de Adán afectará directamente la Creación de Dios. Vemos la importancia de esta afectación cuando, más adelante, la tierra será maldita a causa del pecado de Adán.
La trayectoria hacia la muerte que nos habla el apóstol Santiago aún era desconocida para Adán. El deseo pecaminoso aún era algo inédito, el pecado que engendra ese deseo no infectaba corazón alguno, y el resultado final de esta lacra: “La muerte”, aún no segaba vida alguna.
SUMARIO
Finalmente vemos como Dios pone al hombre por encima de todas las cosas que Él ha creado. Todo estará sujeto a Adán, siempre y cuando él esté sujeto a Dios. Así que, podemos afirmar que el árbol del conocimiento del bien y del mal es el indicador (“token”) de esa sujeción del hombre a Dios. Entendemos pues que todo acto de obediencia a Dios es un acto de reconocimiento de su soberanía sobre nuestras vidas. Por otro lado, cada vez que nos apartamos del mal estamos realizando un acto de sumisión y adoración a Dios.
La vida tal y como la concibió Dios antes de la Caída no tiene nada que ver con la que nosotros experimentamos, aquella felicidad es todo un misterio para nosotros: En aquella época Adán y Eva respetaban sus cuerpos, sus almas, tenían plena capacidad para juzgar con rectitud, y gobernar cabalmente sus sentimientos. Realmente, la vida llenaba todo su ser.
Su cuerpo era perfecto, no conocía la enfermedad ni la muerte. Era totalmente libre de esta losa que pesa sobre nosotros desde el mismo momento en que nacemos. Porque Adán no conocía esa alienación de Dios que sufrimos nosotros. Ciertamente, la humanidad arrastra todas sus miserias a causa de la introducción de la muerte. El habernos apartado de la fuente de la vida y habernos rebelado contra Dios ha traído consecuencias funestas a nuestra condición. Cuando el hombre abandona la vida, entra irremediablemente en la muerte hasta que esta le consume. Según las Escrituras, nacer implica empezar a morir. Porque ese es el resultado de nuestra existencia. La consecuencia de vivir constantemente bajo la tiranía del pecado, y de la serpiente. Todo esto hasta la puesta en escena de una insospechada Gracia que traerá el remedio a tanta calamidad.

El hombre es puesto en escena (Génesis 2:15).

El hombre es puesto en escena (15).

Dios crea a todo ser humano en un lugar en concreto de la Tierra, en un entorno natural, social, y cultural en particular. Lo crea con un propósito, y le provee de todo lo necesario para cumplirlo. En el caso de Adán, también fue voluntad de Dios situarlo en un lugar geográfico determinado, y asignarle unas labores específicas,

Pero el propósito de la creación del hombre no se limita a las funciones que le han sido asignadas. Adán sabe que su existencia está estrechamente ligada a una relación muy especial con su Creador. Ambos comparten un mismo entusiasmo e interés por una creación que van a tener que administrar, trabajar, y disfrutar juntos.

La Creación del hombre es singular. El texto denota una proximidad y una implicación por parte de Dios sin parangón en su obra creadora. Y es que Dios ha puesto su imagen y semejanza en Adán. Su deseo es, realmente, que el hombre ejerza de representante de su misma persona y para ello es imprescindible una estrecha relación entre ambos.

El Paraíso del Edén, paradójicamente, no es ese lugar donde pensamos que no se trabaja nunca. Erróneamente, pensamos que el paradigma paradisiaco es un lugar de descanso y desidia a tutiplén. Nada más lejos de la realidad. No sabemos qué labores en concreto fueron encomendadas a Adán, pero sí sabemos para quien trabajaba.

El trabajo nos honra cuando lo entendemos como un servicio al Dios que creó los Cielos y la Tierra.

Sin embargo, no cabe duda de que aquel trabajo era en algo bien distinto a cualquier labor conocida hoy por nosotros. En aquel momento originario de la Creación el pecado no existía, y por lo tanto tampoco acarreaba la maldición que conlleva. Aquella labor, sin duda, contribuía a la realización personal, era placentero, no era estresante, y era ajeno a toda aflicción, o cualquier otra forma de desgaste.

Entendemos pues del texto, que es voluntad de Dios que contribuyamos y formemos parte de nuestra cultura aportando nuestras habilidades y buen hacer huyendo de todo reposo indolente. No hay nada más opuesto al orden natural que entender la vida como algo a consumir mientras esta nos consume a nosotros. La vida es mucho más que el alimento y el vestido tal y como nos recuerda Jesús

En definitiva, Dios hace responsable a Adán del huerto del Edén. Esto significa que Dios nos ha encomendado a todos la custodia de algo en la vida, por lo tanto, debe ser nuestro compromiso cultivarlo y cuidarlo, sea lo que sea. Porque el hecho que sea para nuestro disfrute, no nos exime también de nuestra responsabilidad.

Por último, debemos entender que nada de lo que nos ha sido confiado es realmente nuestro. Sólo somos mayordomos de todo aquello que nos ha sido entregado. Y, por lo tanto, de todo tendremos que rendir cuentas en algún momento. Entender esto será un buen remedio para mantenernos alejados de toda ostentación, disolución, abuso o corrupción.

El Cultivo del Jardín del Edén (Génesis 2:8-14)

El Cultivo del Jardín del Edén (8-14)

Dios sitúa al hombre en una parte exquisita de su creación. Concretamente hacia el Este, en el Jardín del Edén. Allí Dios crea un entorno idílico en el que hace crecer todo tipo de árboles y vegetación para deleite de los sentidos. En especial Dios tiene cura de crear árboles y plantas que provean de sabrosos y nutritivos alimentos.

Pero, entre todos aquellos árboles había dos muy especiales. Uno era el árbol de la vida. Desconocemos cómo era, o qué propiedades tenía aquel árbol. Pero lo cierto es que proporcionaba todo lo necesario para una vida plena y sin final. Adán no sólo prolongaba su existencia a través del tiempo, también disfrutaba de una vida plena en comunión con Dios con la ayuda de aquel fruto.

Sin embargo, cada vez que Adán se acercaba a comer del árbol de la vida tenía, forzosamente, que cruzarse con otro que certificaba, precisamente, su aptitud para comer de tan preciado árbol: Este otro árbol era llamado del conocimiento del bien y del mal. Paradójicamente, obedecer a Dios privándose de ese fruto le capacitaba para seguir comiendo del otro.

En este pasaje vuelve a aparecer el elemento del agua. Esta vez, para decirnos que el Edén era fuente de cuatro ríos que regaban toda esta tierra paradisiaca. Un agua de vida, y un árbol de la vida sustentan toda esta maravilla natural. Resulta difícil no escuchar los ecos lejanos de Jesús y la Cruz. O de la Jerusalén Celestial de Apocalipsis con su árbol y río de agua de vida.

A juzgar por los datos que ofrece el texto, el Edén quedaría ubicado en territorio de la actual nación de Irak. Situado justo donde nacen el Tigris y el Éufrates, que aún conservan el nombre después de tantos años. Curiosamente, el Edén queda localizado, más o menos, justo en medio de cuatro mares: El Mar Negro, el Mar Caspio, el Mar mediterráneo, y el Mar de Omán. El oro y el ónice mencionados no sólo indican la riqueza de toda aquella tierra, también aluden al Tabernáculo del Éxodo, pues serán materiales necesarios para su construcción. Los nombres de los territorios pertenecen a pueblos descendientes de los primeros pobladores de la Tierra.