Dios se acuerda de Noé y seca las aguas (Génesis 8:1-3).

A pesar de todos nuestros esfuerzos por alejarnos de Dios, Él no se ha olvidado de nosotros. Y tampoco de su Creación, porque su amor alcanza todo ser viviente, incluidos los animales. Por ello, Dios nunca dejó de tener presente el Arca. Porque Dios nunca salva a medias. Ello nos trae a la mente que Dios nunca va a olvidar nuestra fe. Nunca va a dejar en el tintero nuestra respuesta a su llamado.

Cuando la Biblia dice que Dios «recuerda» alguien o algún pacto con alguien, significa que está a punto de bendecir esa persona, que se preocupa por ella, y que le ama (ver 9:15; 19:29; 30:22; Ex. 2:24; 32:13). El verbo se usa de la misma manera con respecto a Sansón (Juez 16:28); Ana (1 Sam. 1:11); Abraham, también Lot (Gén. 19:29); Israel (Ex. 2:24); o para el ladrón arrepentido en la cruz (Lucas 23:42).

Así que, en medio del cataclismo de aquel juicio, Dios se acuerda de Noé y pone fin al diluvio. La narrativa de juicio se transforma ahora en redención. Dios ya había cerrado las fuentes del diluvio, ya no caía agua del cielo, y ya no brotaba agua del subsuelo. Las aguas se recogieron y la tierra firme volvió a emerger. A los 150 días Dios volvió a fijar sus límites y a establecer su lugar.

Porque los elementos de esta Tierra también pertenecen a Dios (tierra, viento y fuego según la cultura helenística). El viento le pertenece, por eso obedece sus órdenes. Inevitablemente recordamos a Moisés y el viento que separó el Mar Rojo, o a Jesús calmando la tempestad. Así que, aprovechando la fuerza de este elemento, las aguas empezaron a retroceder obedeciendo, una vez más, el mandato de Dios.

El viento que Él envía sobre la tierra para hacer que las aguas disminuyan también nos hace pensar en el Espíritu de Dios moviéndose sobre las aguas en Génesis 1:2 (la palabra “rûah” en hebreo para referirse al viento, también significa aliento o espíritu). La similitud no es casual, nos está diciendo que el mundo que sucederá al diluvio también será una nueva creación.

El viento para Dios también es un medio de transporte. Por él proveyó codornices al pueblo de Dios mientras viajaban por el desierto, o es figura del Espíritu Santo que lleva su Palabra por doquier. Pero, mediante este elemento Dios también crea tempestades para probarnos o para llevar a cabo sus designios más inescrutables.

Ningún elemento es malo en sí. La misma lluvia que nos trae el juicio es la que dará fertilidad a la tierra. Es figura de bendición a lo largo de la Escritura. De hecho, todos sabemos que dependemos de ella para subsistir. Además, la aparición de la lluvia está estrechamente ligada a la obediencia del pueblo de Dios.  Pero, a veces la lluvia es también ese jarro de agua fría que nos hace temblar, nos sacude y nos hace entrar en razón. De repente vemos quienes somos realmente. Es el primer paso para cambiar.

El mundo sigue cegado y sin ver que es Dios quien decide cuando va a llover. Que es él quien ha creado leyes en la naturaleza para que el agua se transforme en vapor convirtiéndose en nubes para que luego caiga agua del cielo. Un mismo elemento es utilizado en ocasiones para juicio, y en otras como bendición.

Vivimos en un mundo cada vez más extremo. Cada vez hay más sequía y más inundaciones. Necesitamos más primaveras y más otoños donde se den condiciones óptimas para la lluvia. Si el pueblo de Dios volviere y se arrepintiere Dios abrirá las fuentes de los Cielos y lloverá agua de vida.

Hoy, la iglesia está facultada para crear aquellas condiciones que son necesarias para el regreso de nuestro Señor. Santiago nos alienta animándonos a labrar la tierra y a esperar pacientemente la lluvia que tanto necesita este mundo.