Nacimientos, trabajo, y religión de Caín y Abel (Génesis 4:1-7)

Génesis 4:1-7

Ahora, Adán y Eva van a estar mucho más solos que antes. Van a padecer la decisión de vivir “por su cuenta”. Ahora se necesitan el uno al otro, pero no como antes. Ahora hay mucho vacío que llenar, y ambos saben que nunca van a satisfacerse como Dios lo hacía antes.

De todas formas, Dios no los ha abandonado. Habrá sido voluntad de ambos tener un hijo, pero sólo con la ayuda del Señor Eva ha concebido, según nos cuenta. El milagro de la concepción en las mujeres ya es una realidad, y con ella parece haber cierta predilección por los varones, tal y como manifiesta Eva. Quizá es un principio de lo que hoy conocemos como misoginia, un mal que ha recorrido toda la historia hasta nuestros días. Quizá Eva, consciente de la dureza de la vida, ve el tener un varón como un activo, más que una carga. O simplemente, la madre de todo ser humanos albergaba en su corazón que de Caín vendría la salvación prometida por el Señor. En cualquier caso, veremos como empiezan a surgir elementos en la historia que pronto derivarán en diversidad de conflictos.

Observamos que con Caín y Abel surgen los oficios. Cada uno se especializó en una profesión. Uno como agricultor, y el otro como ganadero. También vemos la aparición de la religión, algo que, hasta ahora no hacía falta. Presenciamos también el primer acto litúrgico de la historia, que curiosamente, será el primer foco de odio que ha conocido la humanidad.

Vemos también una forma de sacrificio y adoración a Dios que le agrada y otra que no. Una pasa por la expiación mediante el derramamiento de sangre de los mejores animales, los primogénitos del rebaño, y el otro por la ofrenda de parte de una cosecha de la tierra.

Son dos formas de religión antagónicas y que se hallan en conflicto hasta el día de hoy. Una, la que desagrada a Dios, es totalmente contraria a la verdadera, hasta el punto de que, aquellos que la practican acaban odiando y persiguiendo sin remedio a los que viven la otra.

Caín no le ofrece lo mejor de la cosecha, tan solo una parte de ella. Con esta actitud demuestra que no se siente realmente agradecido, tan solo en parte quizá. Atribuyéndose la mejor parte para sí, reduce la ofrenda a un mero acto “protocolario” que busca más bien algún tipo de “mercadeo” con Dios, en lugar de una auténtica ofrenda de paz a través de un acto de sacrificio sincero sin esperar nada a cambio. Por otro lado, a nadie escapa que lo único que ofrece Caín es su gran esfuerzo. Una mente racional podría justificar a Caín poniendo en relieve las largas jornadas de trabajo bajo el sol, o la lógica prudencia de almacenar parte de la cosecha para abastecerse mientras la tierra no dé su fruto.

Sin embargo, la adoración de Abel si fue recibida con agrado por parte de Dios. Primeramente, el texto nos dice que Abel ofreció lo mejor de su ganado. Al dar los primogénitos manifestaba un sincero y profundo agradecimiento a Dios. De algún modo, estaba reconociendo que toda bendición proviene de Dios. Por otro lado, admitía que no hay esfuerzo humano, por grande que sea, que pueda satisfacer a Dios. Finalmente, Abel entendió que sin derramamiento de sangre no puede haber remisión de pecados. Abel entendió la gravedad del pecado y de algún modo es precursor del sacerdocio del creyente. Su sacrificio fue el primer destello de la futura venida del cordero de Dios, aquel que quitará el pecado del mundo.

El resultado de agradar a Dios es inmediato: Gozo y Paz. El resultado de agradarse a sí mismo es conflicto y amargura. Como creyentes deberíamos analizar nuestro estado. Porque cuando somos fuente de conflicto y de amargura, quizá la ofrenda que estamos presentando a Dios es la ofrenda de Caín.

Llama la atención la actitud del Señor con Caín. Lo vemos queriendo entrar a razonar con él. Tratando de que vea cuál es el motivo de su enojo. Procura hacerle ver que no ha obrado correctamente. Que su actitud egocéntrica, en realidad, lo deja a la intemperie y desprovisto de protección. Aun así, su mano siempre está tendida. Sí pide ayuda la recibirá. Cuando nos volvemos a Dios, el pecado huye sin remedio. Lamentablemente, Caín decidió no escuchar su consejo.

El pueblo de Israel mantuvo la tradición ganadera de Abel. Lo veremos más adelante. Abel es incluso considerado por el Señor Jesús como el primer profeta mártir.

De las ofrendas de Caín y Abel vemos, tal y como dice el profeta Samuel, que es mejor obedecer la voz de Dios que hacer cualquier tipo de sacrificio. El autor de la Carta a los Hebreos nos enseña que el sacrificio de Abel fue agradable a Dios porque fue fruto de la fe depositada en la sangre de aquel animal primogénito, figura del Señor Jesús.

Tal y como dice la Escritura, el Señor no se deja impresionar por las apariencias. Él mira en lo más profundo del corazón, y es capaz de discernir lo más íntimo del corazón. Caín trató de impresionar a Dios por sus logros, su espíritu fue de altivez y falta de humildad. En la religión de Caín encontramos los caminos de Balaam, el hombre de Dios que sucumbió al soborno, y al deseo de los bienes materiales.

A pesar de nuestras infidelidades y de nuestro caprichoso egocentrismo, Dios nunca deja de buscarnos y de tratar de arreglar las cosas. Su mano tendida continua, hoy en día, a pesar de nuestra indiferencia.

Ignorar la gravedad del pecado no nos librará de sus consecuencias. Tristemente, pasamos por la vida sin pensar en todo lo que acarrea, y acarreará. Nuestra ofensa es contra Dios, y la paga del pecado sigue siendo la muerte y la condenación eterna. El pecado nos acosa constantemente, se adhiere a nuestras manos y llama constantemente a la puerta de nuestra casa. Nuestra voluntad tiene que debatirse una y otra vez con nuestra tentación de cada día.

El Dios de la Biblia es un Dios misericordioso. Puede afirmar que es amor porque lo demuestra constantemente con su pueblo infiel. Su ira no durará toda la vida. Él espera ese giro, ese cambio que germina en un corazón contrito y humillado. No es cierto que la maldad del hombre no tenga remedio. Sí lo tiene, mediante la confesión de pecado y el arrepentimiento ante el Dios de la gracia.

El amor de Dios es firme, inamovible a través de las generaciones. Él ha provisto del Espíritu Santo que nos fortalece y nos capacita para no dejar que el pecado reine nuestras vidas. Porque sólo hay dos opciones en la vida, ser esclavo del pecado y de la muerte, u obedecer los preceptos que nos conducen por caminos de justicia.

Eva dijo, he recibido un hombre del Señor— es decir, «con la ayuda del Señor» — una expresión de gratitud piadosa — y lo llamó Caín, es decir, «una posesión», como si se valorara por encima de todo lo demás; mientras que la llegada de otro hijo recordó a Eva la miseria que implicaba su descendencia, por eso le puso el nombre de Abel, es decir, debilidad, vanidad (Sal 39:5), dolor, o lamentación.

El Señor tenía respeto a Abel, no a Caín, según el texto original. —Las palabras, “tenía respeto a,» significan en hebreo, —»mirar cualquier cosa con una mirada aguda y seria,» que se ha traducido por, «encender un fuego,» de modo que la aprobación divina de la ofrenda de Abel se mostró al ser consumida por el fuego (véase Ge 15:17; Jue 13:20).

Si lo haces bien, ¿no serás aceptado? —¿Una mejor traducción sería: «No tendrás la excelencia»?

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