Claramente, el estado del hombre es insoportable. El daño que se ha causado es irreparable. No puede sobrellevar el conocimiento que ha adquirido. No puede controlar el mal que ya corre por su interior, siente el peso de su rebeldía, la desobediencia y la confrontación directa con su creador. No puede jugar a ser Dios sin caer en el infierno. Tiene que ser expulsado del Paraíso para que el cáncer del pecado no haga más estragos que los que ya ha hecho. La vergüenza que tuvieron que pasar nuestros padres debió ser mayúscula. Fueron un espectáculo bochornoso al mismo Cielo, que miraría con estupor.
Se acabaron los placeres del Paraíso. Ahora deberán luchar contra multitud de adversidades. Van a sufrir en sus propias carnes el haber dado la espalda a Dios. Ahora la tierra padecerá con ellos. No dará su fruto sin gran esfuerzo y sacrificio. Vemos la conexión que los seres humanos tenemos con la tierra que pisamos. De ella fuimos creados, de ella vivimos, y a ella volveremos. Cuando la tierra sufre, sufrimos nosotros; cuando sufrimos nosotros, sufre la tierra que, en un sentido, nos parió.
Hasta el día de hoy. El árbol de la vida permanece oculto a nuestros ojos y es inaccesible a nuestras manos. A buen recaudo es custodiado por querubines hasta lo volvamos a ver, pero esta vez, en la Jerusalén celestial, sanando a las naciones y dando vida a los pueblos.
La espada de fuego viene a decirnos que el privarnos del acceso al árbol de la vida es resultado del juicio y del poder sobrenatural de Dios. El movimiento de la espada sugiere además que no sólo la entrada, sino todo el camino que conduce al árbol queda fuera de nuestro alcance. Además, un fuerte querubín sellará la entrada al jardín del Edén. Aquí y en otros episodios de las Escrituras, los ángeles aparecen frecuentemente con atribuciones militares y suelen ser ejecutores del juicio divino.
Si bien los ángeles custodian el paraíso impidiendo nuestra entrada en él. Ellos también tienen puesta la mirada en el propiciatorio de la misericordia divina. Ellos contemplan el transcurso de la historia y actúan obedeciendo las órdenes de Dios. Ellos son instrumento de juicio, bien sea para salvaguardar la misericordia de Dios, o para extirpar el mal que infesta la tierra.
Ellos son los brazos ejecutores del poder de Dios. A través de ellos el Todopoderoso hace prodigios y maravillas. Nos dice la Escritura que ellos están implicados en la administración de la Creación entera. Ellos son mensajeros del altísimo. El hilo conductor por el cual es ejecutada su Palabra.
Los ángeles han estado involucrados en este mundo desde la misma creación. Sus intervenciones en la tierra siempre están cargadas de misterio. A lo largo de las Escrituras van apareciendo y desapareciendo. Interviniendo en momentos cruciales, siempre obedeciendo el mandato divino. En ocasiones su aparición es compleja, llena de simbolismo, y muy difícil de entender.
Los querubines tienen un alto rango. Son grandes en majestad y poder. Sus actuaciones tienen siempre una gran trascendencia. Son encargados de velar por lo más sagrado. Viven y actúan cerca del Dios tres veces santo. Conocen el gozo que emana de una adoración sincera y ferviente. No dejan de hacerlo constantemente. Por ella son conocedores de su poder y voluntad. Satanás fue uno de ellos. Él fue quien se camufló en la serpiente del jardín. Su rebelión provocó una escisión en el mismo cielo. Y por su ambición desmesurada, así como por su violencia fue expulsado y condenado. Se dejó arrastrar por el orgullo y por él traicionó a su creador.
El hecho que el texto diga “como uno de nosotros” enfatiza la existencia de la trinidad. El hecho de que Dios existe en tres personas. La palabra hebrea utilizada para referirse al mal, no sólo se refiere al mal en sí, también a sus consecuencias, como pueden ser la calamidad y la miseria.
Parece claro que el árbol de la vida poseía ciertas propiedades para preservar la vida indefinidamente. Si bien el hombre fue creado para vivir eternamente, también lo fue para no pecar. Ahora no se daban estas dos condiciones, por lo tanto, fue despojado de la fuente de la vida eterna.
Esta volverá más adelante, pero de la mano de Cristo. Por quien la muerte ha sido abolida, a la luz del Evangelio. Si no hubiéramos sido privados del preciado árbol, el pecado se hubiera multiplicado exponencialmente, y con él, todo el mal y desdicha que arrastra.
El hombre fue despedido del Edén no para que estuviera fuera mirando la espada de fuego voltear, sino para que emprendiera un peligroso y angosto viaje que aún hoy perdura. Prueba de que fuimos creados de la tierra es que el mismo cuerpo está compuesto por diversos elementos químicos que nos son comunes, tales como el hierro, la glucosa, la sal, el carbono, el yodo, el fósforo, el calcio, y otros.
Adán y Eva, no se fueron del jardín del Edén por voluntad propia, no entendieron que era lo mejor que podía ocurrir. Se nos dicen que fueron, literalmente, expulsados. Fueron desposeídos de él, y dejados, como aquel que dice “de patitas en la calle”. Toda una humillación.
Por otro lado, la reconquista ya ha comenzado. Y el Reino de Dios sigue avanzando, muy despacio quizá, pero su paso es inexorable. Mientras tanto, los querubines siguen flanqueando la entrada al Paraíso esperando aquel que es digno de abrirlo de nuevo.
Pero hasta que el Paraíso, convertido ya en Reino, se establezca definitivamente, Dios no deja de buscar un lugar donde habitar en la Tierra. Primero fue el tabernáculo, entre su pueblo, más adelante fue el templo, y hoy es el corazón de aquellos que han recibido a Cristo. Dios nunca ha abandonado al hombre a su suerte, aunque sin duda, podía haberlo hecho. Ha decido acompañarlo todo el camino que le separa hasta su redención.
Tendremos que esperar a la victoria final de Dios en Apocalipsis para volver a ver el árbol de la vida, pero esta vez para curarnos y restaurarnos definitivamente la vida perdida.