Caín mata Abel, y la maldición de Caín (Génesis 4:8-15).

Génesis 4:8-15

Nos encontramos ante el que es, quizá, el pecado que más nos afecta y peores consecuencias tiene: El odio. Nunca debemos subestimar su influencia y su poder sobre nosotros. Como vemos en el caso de Caín y Abel, la envidia suele ser uno de los principales detonantes de esta lacra.

Caín y Abel tenían una estrecha relación, eran hermanos, quizá incluso gemelos. Desgraciadamente, Caín se dejó arrastrar por la fuerza del mal, recién introducida en la humanidad y consumó su odio cometiendo el primer asesinato de la historia.

Podemos destacar del texto la cercanía que aún había entre el Señor y estos primeros seres humanos. El diálogo entre Caín y el Señor parece de lo más normal. Sorprende incluso el atrevimiento de las palabras del fratricida.

Está claro que Dios conoce todas las respuestas. Las preguntas que Dios suele hacer al hombre son aquellas que el hombre ni tan solo se plantea. En la respuesta de Caín notamos dos cosas. Primero, aparte de asesino, Caín también era un mentiroso. Segunda, manifiesta poca preocupación por aquellos que le rodean. Aparentemente, sólo está preocupado por sí mismo.

Dios hace que Caín se vea reflejado en la sangre de su hermano “¿Qué has hecho?” Quiere que vea que no hay pecado que le pase desapercibido. Y que Él (Dios) sí se preocupa por Abel (todos los seres humanos) a diferencia de Él. Después de estas palabras, a Caín sólo le queda esperar el veredicto de Dios.

Las consecuencias de nuestros actos son inmediatos e inevitables. Como si de la fuerza de gravedad se tratara, Caín ya se halla bajo los efectos de sus acciones. Una maldición ha eclosionado tan pronto la tierra recibió la sangre de su hermano. Ahora, la tierra no sólo le será ardua, también le será hostil. Los pies de Caín no serán bien recibidos en ningún sitio. Tendrá que vivir errante, sin un emplazamiento fijo. Caín ve que su castigo es demasiado grande para poder sobrellevarlo.

Un hombre tan arraigado a la tierra, que tanto ha trabajado, tiene que vagar ahora sin protección alguna. Además, cualquiera que lo vea sabrá quién es y lo que ha hecho, por lo tanto, no tardará en vengar la sangre de su hermano.

El primer asesinato de la historia fue por motivos religiosos. Desde entonces el odio que germina en una falsa religiosidad no ha dejado de derramar sangre de justos y fieles adoradores del único Dios verdadero.

La sangre de Jesucristo, leemos en el libro de los Hebreos, habla mejor que la de Abel. En ella Dios establece un nuevo pacto por el cual nuestros pecados son perdonados, las demandas de justicia por parte de Dios quedan satisfechas, y todos aquellos que han sufrido martirio a causa de la verdadera fe son vindicados.

La humanidad, después de este episodio, parece quedar dividida entre Caines y Abeles.  Los primeros pertenecen al Maligno, son mentirosos y asesinos. Son asesinos porque sus obras son malas y no soportan las buenas obras de sus hermanos. Son los que no les importa matar con tal de obtener algún beneficio.

Los dos atributos que mejor definen a Satanás, según las palabras de Jesús son: Asesino y mentiroso. Vemos como ambas cualidades le han acompañado desde el principio. Todo aquel que le sigue es mentiroso y asesino sin remedio.

Pero, aunque el juicio de Dios se haga esperar, ciertamente vendrá. Y toda sangre inocente derramada tendrá su retribución. La ley contempla la muerte del asesino como retribución. Pero, aquellos que murieron a causa de su fe serán vindicados por el mismo Señor. Él mismo pedirá cuentas y hará cumplir la ley.

La idea del juicio de Dios recorre todas las Escrituras. Y no hay escapatoria fuera de la sangre de Cristo. El día terrible de juicio se avecina, y no habrá escapatoria. Sólo aquellos cuyos pecados han sido lavados por su preciosa sangre serán salvos.

Después de asesinar a su hermano (v. 8) Caín negó tener cualquier responsabilidad (v. 9), además, llegó a afirmar que el castigo de Dios (falta de cosechas y vida errante, vv. 10-12) era incluso demasiado severo (v. 13). Aun así, Dios lo protegió gentilmente con una marca o señal que disuadía a cualquier vengador de acabar con su vida (v. 15 — en ninguna parte se aclara cuál fue la naturaleza de esta «marca”), pero le mantuvo la condena a una vida nómada a perpetuidad (v. 12).

Esta fue su condena, ser desterrado de la presencia de Dios (v. 14). Aun así, Caín desafió esa maldición viviendo en una ciudad de la tierra de Nod (literalmente «errante»), al este del Edén (v. 16).

También nos encontramos con el nacimiento de varios principios mosaicos: (1) Los sacrificios deben ser ofrecidos a Dios desde un corazón de fe, y deben ser siempre lo mejor del ganado: Los primogénitos (v. 4). (2) Los israelitas debían responsabilizarse de sus hermanos — protegiéndose los unos a los otros, y nunca matarse entre ellos. (3) La sangre homicida contamina la tierra demandando venganza — la sangre derramada será prueba del crimen (v. 10). (4) Del mismo modo que la venganza de sangre sobre Caín fue evitada por Dios a través de una señal sobre su cuerpo, más adelante establecerá ciudades refugio para evitar que cualquier vengador termine con la vida de ningún israelita. (5) La culpabilidad y el castigo que acarrea forman parte del fundamento de la teocracia de israelita. (6) Vivir sin Dios es peligroso. Sin su protección quedaban expuestos a sus enemigos. (7) A veces el hermano mayor puede ser rechazado en favor del más joven, cambiando así la preceptiva costumbre social.

Nacimientos, trabajo, y religión de Caín y Abel (Génesis 4:1-7)

Génesis 4:1-7

Ahora, Adán y Eva van a estar mucho más solos que antes. Van a padecer la decisión de vivir “por su cuenta”. Ahora se necesitan el uno al otro, pero no como antes. Ahora hay mucho vacío que llenar, y ambos saben que nunca van a satisfacerse como Dios lo hacía antes.

De todas formas, Dios no los ha abandonado. Habrá sido voluntad de ambos tener un hijo, pero sólo con la ayuda del Señor Eva ha concebido, según nos cuenta. El milagro de la concepción en las mujeres ya es una realidad, y con ella parece haber cierta predilección por los varones, tal y como manifiesta Eva. Quizá es un principio de lo que hoy conocemos como misoginia, un mal que ha recorrido toda la historia hasta nuestros días. Quizá Eva, consciente de la dureza de la vida, ve el tener un varón como un activo, más que una carga. O simplemente, la madre de todo ser humanos albergaba en su corazón que de Caín vendría la salvación prometida por el Señor. En cualquier caso, veremos como empiezan a surgir elementos en la historia que pronto derivarán en diversidad de conflictos.

Observamos que con Caín y Abel surgen los oficios. Cada uno se especializó en una profesión. Uno como agricultor, y el otro como ganadero. También vemos la aparición de la religión, algo que, hasta ahora no hacía falta. Presenciamos también el primer acto litúrgico de la historia, que curiosamente, será el primer foco de odio que ha conocido la humanidad.

Vemos también una forma de sacrificio y adoración a Dios que le agrada y otra que no. Una pasa por la expiación mediante el derramamiento de sangre de los mejores animales, los primogénitos del rebaño, y el otro por la ofrenda de parte de una cosecha de la tierra.

Son dos formas de religión antagónicas y que se hallan en conflicto hasta el día de hoy. Una, la que desagrada a Dios, es totalmente contraria a la verdadera, hasta el punto de que, aquellos que la practican acaban odiando y persiguiendo sin remedio a los que viven la otra.

Caín no le ofrece lo mejor de la cosecha, tan solo una parte de ella. Con esta actitud demuestra que no se siente realmente agradecido, tan solo en parte quizá. Atribuyéndose la mejor parte para sí, reduce la ofrenda a un mero acto “protocolario” que busca más bien algún tipo de “mercadeo” con Dios, en lugar de una auténtica ofrenda de paz a través de un acto de sacrificio sincero sin esperar nada a cambio. Por otro lado, a nadie escapa que lo único que ofrece Caín es su gran esfuerzo. Una mente racional podría justificar a Caín poniendo en relieve las largas jornadas de trabajo bajo el sol, o la lógica prudencia de almacenar parte de la cosecha para abastecerse mientras la tierra no dé su fruto.

Sin embargo, la adoración de Abel si fue recibida con agrado por parte de Dios. Primeramente, el texto nos dice que Abel ofreció lo mejor de su ganado. Al dar los primogénitos manifestaba un sincero y profundo agradecimiento a Dios. De algún modo, estaba reconociendo que toda bendición proviene de Dios. Por otro lado, admitía que no hay esfuerzo humano, por grande que sea, que pueda satisfacer a Dios. Finalmente, Abel entendió que sin derramamiento de sangre no puede haber remisión de pecados. Abel entendió la gravedad del pecado y de algún modo es precursor del sacerdocio del creyente. Su sacrificio fue el primer destello de la futura venida del cordero de Dios, aquel que quitará el pecado del mundo.

El resultado de agradar a Dios es inmediato: Gozo y Paz. El resultado de agradarse a sí mismo es conflicto y amargura. Como creyentes deberíamos analizar nuestro estado. Porque cuando somos fuente de conflicto y de amargura, quizá la ofrenda que estamos presentando a Dios es la ofrenda de Caín.

Llama la atención la actitud del Señor con Caín. Lo vemos queriendo entrar a razonar con él. Tratando de que vea cuál es el motivo de su enojo. Procura hacerle ver que no ha obrado correctamente. Que su actitud egocéntrica, en realidad, lo deja a la intemperie y desprovisto de protección. Aun así, su mano siempre está tendida. Sí pide ayuda la recibirá. Cuando nos volvemos a Dios, el pecado huye sin remedio. Lamentablemente, Caín decidió no escuchar su consejo.

El pueblo de Israel mantuvo la tradición ganadera de Abel. Lo veremos más adelante. Abel es incluso considerado por el Señor Jesús como el primer profeta mártir.

De las ofrendas de Caín y Abel vemos, tal y como dice el profeta Samuel, que es mejor obedecer la voz de Dios que hacer cualquier tipo de sacrificio. El autor de la Carta a los Hebreos nos enseña que el sacrificio de Abel fue agradable a Dios porque fue fruto de la fe depositada en la sangre de aquel animal primogénito, figura del Señor Jesús.

Tal y como dice la Escritura, el Señor no se deja impresionar por las apariencias. Él mira en lo más profundo del corazón, y es capaz de discernir lo más íntimo del corazón. Caín trató de impresionar a Dios por sus logros, su espíritu fue de altivez y falta de humildad. En la religión de Caín encontramos los caminos de Balaam, el hombre de Dios que sucumbió al soborno, y al deseo de los bienes materiales.

A pesar de nuestras infidelidades y de nuestro caprichoso egocentrismo, Dios nunca deja de buscarnos y de tratar de arreglar las cosas. Su mano tendida continua, hoy en día, a pesar de nuestra indiferencia.

Ignorar la gravedad del pecado no nos librará de sus consecuencias. Tristemente, pasamos por la vida sin pensar en todo lo que acarrea, y acarreará. Nuestra ofensa es contra Dios, y la paga del pecado sigue siendo la muerte y la condenación eterna. El pecado nos acosa constantemente, se adhiere a nuestras manos y llama constantemente a la puerta de nuestra casa. Nuestra voluntad tiene que debatirse una y otra vez con nuestra tentación de cada día.

El Dios de la Biblia es un Dios misericordioso. Puede afirmar que es amor porque lo demuestra constantemente con su pueblo infiel. Su ira no durará toda la vida. Él espera ese giro, ese cambio que germina en un corazón contrito y humillado. No es cierto que la maldad del hombre no tenga remedio. Sí lo tiene, mediante la confesión de pecado y el arrepentimiento ante el Dios de la gracia.

El amor de Dios es firme, inamovible a través de las generaciones. Él ha provisto del Espíritu Santo que nos fortalece y nos capacita para no dejar que el pecado reine nuestras vidas. Porque sólo hay dos opciones en la vida, ser esclavo del pecado y de la muerte, u obedecer los preceptos que nos conducen por caminos de justicia.

Eva dijo, he recibido un hombre del Señor— es decir, «con la ayuda del Señor» — una expresión de gratitud piadosa — y lo llamó Caín, es decir, «una posesión», como si se valorara por encima de todo lo demás; mientras que la llegada de otro hijo recordó a Eva la miseria que implicaba su descendencia, por eso le puso el nombre de Abel, es decir, debilidad, vanidad (Sal 39:5), dolor, o lamentación.

El Señor tenía respeto a Abel, no a Caín, según el texto original. —Las palabras, “tenía respeto a,» significan en hebreo, —»mirar cualquier cosa con una mirada aguda y seria,» que se ha traducido por, «encender un fuego,» de modo que la aprobación divina de la ofrenda de Abel se mostró al ser consumida por el fuego (véase Ge 15:17; Jue 13:20).

Si lo haces bien, ¿no serás aceptado? —¿Una mejor traducción sería: «No tendrás la excelencia»?

Adán y Eva son expulsados del Paraiso (Génesis 3:22-24)

Génesis 3:22-24

Claramente, el estado del hombre es insoportable. El daño que se ha causado es irreparable. No puede sobrellevar el conocimiento que ha adquirido. No puede controlar el mal que ya corre por su interior, siente el peso de su rebeldía, la desobediencia y la confrontación directa con su creador. No puede jugar a ser Dios sin caer en el infierno. Tiene que ser expulsado del Paraíso para que el cáncer del pecado no haga más estragos que los que ya ha hecho. La vergüenza que tuvieron que pasar nuestros padres debió ser mayúscula. Fueron un espectáculo bochornoso al mismo Cielo, que miraría con estupor.

Se acabaron los placeres del Paraíso. Ahora deberán luchar contra multitud de adversidades. Van a sufrir en sus propias carnes el haber dado la espalda a Dios. Ahora la tierra padecerá con ellos. No dará su fruto sin gran esfuerzo y sacrificio. Vemos la conexión que los seres humanos tenemos con la tierra que pisamos. De ella fuimos creados, de ella vivimos, y a ella volveremos. Cuando la tierra sufre, sufrimos nosotros; cuando sufrimos nosotros, sufre la tierra que, en un sentido, nos parió.

Hasta el día de hoy. El árbol de la vida permanece oculto a nuestros ojos y es inaccesible a nuestras manos. A buen recaudo es custodiado por querubines hasta lo volvamos a ver, pero esta vez, en la Jerusalén celestial, sanando a las naciones y dando vida a los pueblos.

La espada de fuego viene a decirnos que el privarnos del acceso al árbol de la vida es resultado del juicio y del poder sobrenatural de Dios. El movimiento de la espada sugiere además que no sólo la entrada, sino todo el camino que conduce al árbol queda fuera de nuestro alcance. Además, un fuerte querubín sellará la entrada al jardín del Edén. Aquí y en otros episodios de las Escrituras, los ángeles aparecen frecuentemente con atribuciones militares y suelen ser ejecutores del juicio divino.

Si bien los ángeles custodian el paraíso impidiendo nuestra entrada en él. Ellos también tienen puesta la mirada en el propiciatorio de la misericordia divina. Ellos contemplan el transcurso de la historia y actúan obedeciendo las órdenes de Dios. Ellos son instrumento de juicio, bien sea para salvaguardar la misericordia de Dios, o para extirpar el mal que infesta la tierra.

Ellos son los brazos ejecutores del poder de Dios. A través de ellos el Todopoderoso hace prodigios y maravillas. Nos dice la Escritura que ellos están implicados en la administración de la Creación entera. Ellos son mensajeros del altísimo. El hilo conductor por el cual es ejecutada su Palabra.

Los ángeles han estado involucrados en este mundo desde la misma creación. Sus intervenciones en la tierra siempre están cargadas de misterio. A lo largo de las Escrituras van apareciendo y desapareciendo. Interviniendo en momentos cruciales, siempre obedeciendo el mandato divino. En ocasiones su aparición es compleja, llena de simbolismo, y muy difícil de entender.

Los querubines tienen un alto rango. Son grandes en majestad y poder. Sus actuaciones tienen siempre una gran trascendencia. Son encargados de velar por lo más sagrado. Viven y actúan cerca del Dios tres veces santo. Conocen el gozo que emana de una adoración sincera y ferviente. No dejan de hacerlo constantemente. Por ella son conocedores de su poder y voluntad. Satanás fue uno de ellos. Él fue quien se camufló en la serpiente del jardín. Su rebelión provocó una escisión en el mismo cielo. Y por su ambición desmesurada, así como por su violencia fue expulsado y condenado. Se dejó arrastrar por el orgullo y por él traicionó a su creador.

El hecho que el texto diga “como uno de nosotros” enfatiza la existencia de la trinidad.  El hecho de que Dios existe en tres personas. La palabra hebrea utilizada para referirse al mal, no sólo se refiere al mal en sí, también a sus consecuencias, como pueden ser la calamidad y la miseria.

Parece claro que el árbol de la vida poseía ciertas propiedades para preservar la vida indefinidamente. Si bien el hombre fue creado para vivir eternamente, también lo fue para no pecar. Ahora no se daban estas dos condiciones, por lo tanto, fue despojado de la fuente de la vida eterna.

Esta volverá más adelante, pero de la mano de Cristo. Por quien la muerte ha sido abolida, a la luz del Evangelio. Si no hubiéramos sido privados del preciado árbol, el pecado se hubiera multiplicado exponencialmente, y con él, todo el mal y desdicha que arrastra.

El hombre fue despedido del Edén no para que estuviera fuera mirando la espada de fuego voltear, sino para que emprendiera un peligroso y angosto viaje que aún hoy perdura. Prueba de que fuimos creados de la tierra es que el mismo cuerpo está compuesto por diversos elementos químicos que nos son comunes, tales como el hierro, la glucosa, la sal, el carbono, el yodo, el fósforo, el calcio, y otros.

Adán y Eva, no se fueron del jardín del Edén por voluntad propia, no entendieron que era lo mejor que podía ocurrir. Se nos dicen que fueron, literalmente, expulsados. Fueron desposeídos de él, y dejados, como aquel que dice “de patitas en la calle”. Toda una humillación.

Por otro lado, la reconquista ya ha comenzado. Y el Reino de Dios sigue avanzando, muy despacio quizá, pero su paso es inexorable. Mientras tanto, los querubines siguen flanqueando la entrada al Paraíso esperando aquel que es digno de abrirlo de nuevo.

Pero hasta que el Paraíso, convertido ya en Reino, se establezca definitivamente, Dios no deja de buscar un lugar donde habitar en la Tierra. Primero fue el tabernáculo, entre su pueblo, más adelante fue el templo, y hoy es el corazón de aquellos que han recibido a Cristo. Dios nunca ha abandonado al hombre a su suerte, aunque sin duda, podía haberlo hecho. Ha decido acompañarlo todo el camino que le separa hasta su redención.

Tendremos que esperar a la victoria final de Dios en Apocalipsis para volver a ver el árbol de la vida, pero esta vez para curarnos y restaurarnos definitivamente la vida perdida.