Ahora sí comienza la humanidad tal y como la conocemos hoy. De la descendencia de Adán y Eva saldrá toda la humanidad. Ahora, el trabajo y el tener hijos serán una dura carga que sobrellevar, pero ambas cosas serán necesarias para la supervivencia. Ahora queda por delante un largo y angosto recorrido hasta la redención del hombre.
Las palabras de juicio de Dios sobre la serpiente, la mujer y el hombre son seguidas inmediatamente por dos observaciones que transmiten esperanza. En primer lugar, el hombre pone por nombre a su esposa Eva (v. 20), que significa «dadora de vida”. En segundo lugar, Dios viste, empáticamente, a la pareja cubriendo la vergüenza de su desnudez (v. 21).
Por vestiduras, Dios provee a Adán y Eva de pieles de animales, lo que implica la muerte de al menos un animal para cubrir su desnudez, muchos ven aquí un paralelismo relacionado con el sistema de sacrificios de animales para expiar el pecado que será instituido por Dios a través de Moisés y su liderazgo sobre Israel, así como el sacrificio final de la muerte de Cristo como expiación por el pecado.
La promesa de Dios vendrá a través de la descendencia de Eva. A su debido tiempo nacerá el Salvador. Hoy, la primera pareja aprenderá también que sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecado. El Señor mismo confecciona vestidos para cubrir la vergüenza de nuestros padres. Ese mismo día sintieron el calor y el consuelo del Señor. El mismo día que el Señor vistió a Adán y Eva, emprendió el largo camino a través de la historia que le llevará a la Cruz para salvarnos de la maldición del pecado y de la muerte.
Todos los creyentes, al igual que Eva, estamos expuestos a las mentiras de la serpiente. Rápidamente nuestra fe se va corrompiendo, adoptando ciertas “medio verdades” y desviando nuestra atención de Cristo a otros pequeños “ídolos” camuflados entre nuestras “pertenencias espirituales”.
La maldad adherida al corazón del ser humano se hace difícil de soportar. Sobre todo, para nuestra conciencia. Nos hiere verla reflejada en los rostros de los demás. Por eso la tratamos de ocultar como podemos. Sin embargo, Dios mismo prepara unas pieles que no sólo cubrirán nuestra miseria, serán anticipo de un nuevo vestido que sustituya este cuerpo caído y sin remedio.