Señor, sé tú nuestro gozo, ahora, y siempre. Que nunca dejemos de regocijarnos en ti. Guárdanos de los perros, hacedores de maldad que sólo buscan despedazarnos. Aleja de nosotros cualquier confianza en la carne, que nuestro servicio sea siempre en el Espíritu, y nuestra única gloria en Cristo Jesús. Ayúdanos a considerarte como nuestro bien supremo. A tener todo por pérdida con tal de adquirir más conocimiento de ti. Que todo se disipe a tu lado. Haz que nuestra fe sea fecunda en frutos de justicia procedente de ti. Ayúdanos a comprender el poder de tu resurrección, así como la valía de participar en tus sufrimientos. Muévenos a ser fieles imitadores de ti, siguiendo el ejemplo de nuestros hermanos y hermanas maduros. A no poner nuestra mente en las cosas de este mundo, y a considerar nuestra ciudadanía está en los Cielos. Mientras tanto, deseamos intensamente tu regreso, y el poder por el cual transformarás nuestros cuerpos por el poder que te ha sido dado. Te alabamos y bendecimos por ello. En tu nombre. Amén.