Padre amado, perdona toda nuestra vanagloria. Haznos ver que, gloriarse en uno mismo no sirve de nada. Te damos gracias por todo lo que nos has revelado, por todas las riquezas celestiales que hay detrás de nuestra esperanza en Cristo Jesús. Mientras tanto, danos paciencia y ánimo para soportar nuestros “aguijones” terrenales. Todo aquello que nos humilla a través del sufrimiento.
Sabemos, en el fondo, que te hemos de dar gracias por todas nuestras flaquezas y debilidades. Porque en ellas descansa tu poder, y en ellas nos fortaleces. Aparta, pues, todo espíritu de superioridad espiritual o moral, tanto en nosotros, como en aquellos que nos ministran.
Te pedimos perdón por nuestra poca paciencia, y falta de amor. Te rogamos, una vez más, que tu amor cubra todas nuestras faltas. Que no haya entre nosotros discordias, envidias, enojos, egoísmos, habladurías, críticas, orgullos o toda forma de desorden. Ayúdanos a vivir y a hablar constantemente en tu presencia, sin nada que ocultar. Que no tengas que avergonzarte de nosotros. Te lo pedimos en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén.