Hoy pedimos al Señor que, habiendo nacido de nuevo, nos muestre su Reino. Pedimos el difícil, pero necesario abandono a su Espíritu. Dejar que Él nos mueva y nos dirija, a pesar de la incertidumbre e inseguridad que ello conlleva.
Adoramos al Señor, y le damos gracias por haber derramado hasta la última gota de su amor por nosotros muriendo en la Cruz en nuestro lugar. Le agradecemos la salvación eterna de la cual ya somos partícipes habiendo creído.
Nos acercamos pues a la luz, habiendo sido perdonados, no tenemos nada que temer. Pudiendo ver con claridad, pedimos fuerzas al Señor para seguir sus pasos. Ahora sabemos que no podemos tener nada si Dios no nos lo da primero. Y que necesitamos que el crezca mientras nosotros menguamos.
Pedimos fe para oír y creer a aquel que está por encima de todos. Porque, al contrario de los hombres, Él es veraz. Y Dios no niega a nadie su Espíritu. Nos entregamos pues a Él en gratitud por habernos salvado eternamente.