Hoy pedimos tener presente el Evangelio en toda nuestra concepción de la vida. Aún a sabiendas que es una auténtica locura. Pedimos también no dejarnos seducir por “otros” evangelios más “razonables” o “convenientes”.
Que nuestro deseo sea presentarnos delante de Cristo sin mancha. Sin nada de qué avergonzarnos.
Que no nos dejemos “engatusar” por todos los “super-apóstoles” que han salido a reinventar el Evangelio. Que no evaluemos la vida o las personas a través del prisma del dinero o la prosperidad económica. Más bien, tengamos claro que seguir al Señor conlleva la adversidad, la vulnerabilidad, el peligro y el menosprecio de muchos. Porque, ciertamente, sólo podemos gloriarnos en nuestra debilidad.