Hoy pedimos aceptar todas aquellas situaciones adversas que no entendemos. Pedimos abandonar todo empeño de contender con el Altísimo. Pedimos aceptar nuestra vileza y pequeñez delante de su poder, majestad y justicia.
Pedimos humildad y mansedumbre para callar, y para estar atentos a todas sus preguntas. Porque detrás de todo torbellino está Dios esperando una respuesta. Admitamos que la ira y el orgullo no tienen cabida delante de su presencia. Que Dios calla toda altivez humana a través de nuestras propias pruebas. Admitamos que no nos podemos salvar, por nosotros mismos, en modo alguno. Que no podemos controlar ni manejar la vida a nuestro antojo.