Hoy alabamos y bendecimos a Dios por las promesas tan extraordinarias que nos ha hecho. Teniendo un futuro tan esperanzador, le pedimos que nos limpie de cualquier actitud o distracción que enturbie un escenario tan idílico.
Pedimos, por lo tanto, un espíritu de camaradería, de abandono de todo orgullo, y de gozo compartido, a pesar de toda aflicción. Pedimos también que aleje de nosotros todo afán competitivo o de contienda. Que nuestra ocupación sea preocuparnos los unos de los otros, especialmente de aquellos que se dedican a la obra de Dios.
Pedimos, también que toda circunstancia, por dificultosa que sea, nos acerque aún más a Dios. Que no sea motivo de recelo o amargura. Sabedores que toda prueba nos puede vivificar aún más, hacernos más conscientes, más sensatos, más reverentes, más humanos, más apasionados, y más responsables.
Que, siendo todos miembros de un solo cuerpo, no caigamos en el error del juzgarnos los unos a los otros, porque ¿cómo podrá el cuerpo dañarse a sí mismo? Más bien, cuidémonos los unos a los otros, porque los lazos fraternales que nos unen no pasan desapercibidos delante de Dios. Así que, seamos motivo de orgullo mutuo, siendo notoria nuestra obediencia, dignidad, sensibilidad y hospitalidad.