Hoy damos gracias y alabamos al Dios y Padre Celestial, y a su Hijo Jesucristo por el Evangelio. Porque, habiendo sido salvos por él, tenemos a qué aferrarnos. Porque Jesucristo murió por nuestros pecados, y resucitó al tercer día. Porque por su Gracia hemos sido librados del poder del pecado, y por ella también somos transformados hasta el glorioso día en que nuestra resurrección dará por abolida la muerte para siempre por la victoria de nuestro Señor Jesucristo en la Cruz.
Pedimos pues que la esperanza de la resurrección no se aparte jamás de nosotros, de otro modo caeremos irremisiblemente en el “Carpe diem” (Comamos y bebamos que mañana moriremos). Y en los multiformes lazos del pecado. Le pedimos, pues, más conocimiento de Dios para no pecar. Y que la Resurrección y su pronta venida nos den ánimo y renovadas fuerzas en la obra de Dios. Ya que, ciertamente, nada de lo que hacemos en su nombre es en vano.