Hoy pedimos al Señor que nos haga fieles portavoces de su Palabra y de Su Reino. Que nuestras pisadas anticipen siempre las suyas. Que seamos instrumentos de su salvación y sanidad allí donde nos acojan. Que nuestro testimonio despierte las conciencias de aquellos que aún no creen.
Pedimos también al Señor que nos libre de todo orgullo espiritual mientras hacemos nuestro el mismo gozo que hay en el Cielo. Porque, aunque allí donde vamos, va el Señor, al fin y al cabo, sólo somos salvos por su gracia. Alabamos y bendecimos, pues, al dador de todo bien porque sólo desde la humildad hemos podido recibir cualquier conocimiento o sabiduría de lo alto.
Pedimos también al Señor que nos libre de todo prejuicio, y nos llene de su amor y compasión por todas las personas necesitadas del Evangelio. Al mismo tiempo, le pedimos claridad para discernir los tiempos y los momentos adecuados para cada cosa, teniendo siempre como bien supremo aferrarnos a la Palabra de Vida mientras esté a nuestro alcance.