Génesis 1:31-2:1-3

La obra de la Creación terminada y aprobada (31).

Finalmente, Dios observa toda su Creación. Comprueba que ciertamente su obra es portentosa, no puede más que reafirmar la perfección de su labor. No hay nada que quitar, ni nada que añadir. Todo la que Dios ha creado es bueno. Nos lo ha recordado ya 6 veces.

El primer Sabbath (1-3).

Así que llegó el momento en que el Universo entero, recién nacido y formado, inicie su andadura. Dios le dedica un día entero, el séptimo. En él, es proclamado que la obra perfecta de Dios ya ha concluido.

Es obvio que Dios no necesita descansar. Pero, lo hace para provocar algo en nosotros. A medida que avanza el reloj que Dios acaba de poner en marcha, nuevos aspectos del descanso de Dios serán revelados. Por ahora, es un tiempo que reconoce el merecido descanso después de una ardua labor. En el podemos meditar, contemplar y disfrutar la magnífica obra de Dios mientras le adoramos fervientemente.

Hay un descanso para el Creyente. Porque, desde la quietud y la confianza en el Altísimo, Creador de los Cielos y la Tierra, se puede contemplar la existencia de otra manera. Es un día para reconocerle y admirarle, y postrarse delante de su magnificencia. Este nuevo día simboliza su omnipotencia, su omnisciencia, e infinita sabiduría y santidad. Un día de regocijo compartido por el universo entero en el declaramos nuestra absoluta confianza en aquel que sostiene la vida con su manifiesto poder y bondad.

Toda la grandeza que encontramos en la Tierra, y toda la majestuosidad de la bóveda celestial no fueron hechas para que las adoremos en lugar de su Creador. Por el contrario, tanta maravilla debería movernos a postrarnos delante de Él, buscarle, y serle agradecidos. Porque por Su Palabra todo fue creado en el Cielo y en la Tierra, y por su Espíritu nos ha dado vida a todos.

Guardar el sábado era un acto ceremonial de reconocimiento y de adoración a Dios. Este día de la semana sería especial. Sería un rasgo identitario del Pueblo de Dios. Un día que determinaba todos los demás. A raíz de este descanso, uno cobraba fuerzas para trabajar el resto de la semana. No sólo por el descanso en sí. También porque era un día santificado, que pertenecía a Dios. Durante veinticuatro horas, el israelita se abandonaba absolutamente a su Señor. En él podía regocijarse y explayarse en agradecimiento y alabanza a su Señor, porque en él no sólo se podía disfrutar de toda su obra, también de su portentosa Salvación.