Mateo 6

Jesús rechaza las prácticas farisaicas.

Jesús dedicó buena parte de su ministerio a luchar contra la corrupción dentro de la clase religiosa de su pueblo.  Jesús rechaza con dureza el fariseísmo: Esos cotos legalistas a medida en los que la élite religiosa hace y deshace a conveniencia.

El fariseísmo siempre empieza con una actitud aparentemente inocua y bien aceptada por todos: “Agradar a los hombres”. Algo a lo que Jesús se opone totalmente porque sólo somos llamados a: “Agradar a Dios”. Una actitud busca recibir alabanzas del prójimo, la otra intenta honrar y alabar a Dios. La actitud farisaica se exhibe públicamente, la otra se recoge en un diálogo íntimo y personal con el Señor.

En este capítulo, Jesús nos revela la madre de todas las oraciones, como remedio a la extendida costumbre de tentar a Dios a base de repetir frases hechas o de diversas habilidades retóricas.

La oración del discípulo de Jesús debe reconocer la paternidad de Dios sobre él, debe tener como supremo objetivo en la vida el buscar que todo alabe el nombre de Dios, empezando por uno mismo. Debe enrolarse a un ejército de proporciones cósmicas que trabaja y lucha por el establecimiento del Reino de los Cielos. Desea la voluntad divina a cada paso que da. Espera y confía en la provisión divina sean cuales sean las circunstancias. Suplica el perdón que antes ha concedido a sus deudores. Busca la protección contra las múltiples tentaciones que sobrevienen al creyente una y otra vez, y tiene plena conciencia del mal, tanto del que puede hacer él mismo, como del que le pueden hacer los demás. Por último, reconoce al Señor de Señores, juez del Cielo y de la Tierra a quien se deben toda gloria y honor.

Jesús enfatizó que la relación con Dios está por encima de cualquier relación humana. La oración o el ayuno son efectivos solo cuando se hacen en la intimidad con Dios. No importa que estemos acompañados o no. Lo que es realmente relevante es que Dios esté presente. El ayuno no debe ser una exhibición pietista. Es algo exclusivamente entre aquel que ora y Dios mismo.

Jesús cambia la perspectiva de la vida completamente. Pone de manifiesto la futilidad de las riquezas de este mundo. Propone cambiar los valores temporales de este mundo por los eternos de su Reino.

Nos advierte de los efectos que tiene sobre nuestro ser todo aquello que entra por nuestra retina. Debemos ser selectivos y dejar pasar solo aquello que nos aporte luz.

Jesús también nos advierte de cuán incompatibles son la devoción a las riquezas y la devoción a Dios. La adoración a los bienes materiales siempre es un obstáculo difícil de esquivar en nuestro camino hacia el Reino de los Cielos.

Jesús pone también de manifiesto nuestra sobre preocupación por lo material. En un sentido es normal que nos preocupemos por el “comer” o el “vestir”, pero no del modo en que nos afanamos e incluso acongojamos. El que ha puesto la necesidad sabrá satisfacerla si se lo pedimos, y si no lo hace es porque tiene planes que trascienden nuestra situación.

El Señor nos propone redirigir nuestros afanes hacia el Reino de Dios. Buscar su Reino y su justicia serán suficientes para tener una vida plena. El Reino de Dios se encuentra en la Eternidad, pero también en el presente. Vivir confrontando las dificultades diarias nos liberará de las vanas cargas del mañana