Los apóstoles reprobados

Marcos 9:30-40

Jesús remprende su camino, continua el trayecto que le ha trazado el Padre y que tiene como destino final la Cruz. Como siempre, tiene que andar con sumo cuidado, pues todos sus movimientos son observados con detenimiento por aquellos que buscan arruinar el plan que le ha sido trazado por el Padre.
El mensaje del evangelio solo es entendido cuando el Espíritu Santo abre los ojos de nuestro entendimiento. La naturaleza humana no solo no entiende el mensaje de la cruz, también se opone frontalmente a él, así como a Jesús y a sus enseñanzas. Vemos aquellos hombres, especialmente los religiosos, no soportan al Hijo de Dios, su deseo es simplemente quitárselo de encima. Pero eso solo podrá acontecer cuando Él mismo se entregue voluntariamente a la muerte. Aunque esta no podrá retenerlo mucho tiempo. Porque la muerte de Jesús será tan real como su resurrección tres días después. Solo Jesús podrá abrir los ojos de la fe de aquellos discípulos que temían tan solo preguntarle, porque sabían que sólo él conoce lo más recóndito del corazón.
Finalmente, Jesús y sus discípulos llegan a Capernaum, la residencia habitual de Jesús. Allí reposaron y tuvieron un tiempo de charla y recogimiento. En ese momento de conversación sosegada, Jesús les hace confrontar sus propios conflictos. Jesús no sólo supo encontrar el momento adecuado para tratar los problemas que tenían entre ellos, también supo formular aquella pregunta en la que debían de verse reflejados “¿Qué discutíais por el camino?”. La respuesta fue aquella que suele ocurrir cuando queda al descubierto algo de lo que avergonzarse:”Silencio”. A veces es necesario provocar ese silencio, porque permite escuchar en nuestro interior la voz de nuestra conciencia. Los discípulos habían estado discutiendo quien de ellos sería el “mayor”. Una actitud infantil, e inmadura indigna de aquellos que tenían que ser una parte tan importante del Reino de Dios. Su actitud denotaba una ambiciosa sed de poder y de grandeza totalmente opuesta a los principios de Jesús. Sin embargo, la pregunta de Jesús, y el despertar de la conciencia empezaban a martillear aquellos empedernidos corazones.
El Reino de Dios no es cuestión de poder ni de riqueza. Es más bien todo lo contrario, se trata de servir al prójimo y no buscar la preeminencia. Una enseñanza tan sencilla como esta es de crucial importancia en el Reino de Dios. Sin embargo, es pasada por alto con demasiada frecuencia. Por desobedecer este principio de amor y de humildad, fecundas y prometedoras obras de Dios se han ido al traste. Así ocurría con aquellos afanados discípulos que tanto confundían los principios del Reino de Dios con los principios del reino de los hombres.
Jesús sabía perfectamente que una imagen vale más que mil palabras. La imagen de aquel niño sujeto en sus brazos era aún más clara que la regla que les acababa de enseñar: “Más bienaventurado es servir que ser servido”. Nada como la sencillez, la frescura y la inocencia de los niños para hacernos ver lo altivos, rancios, y ladinos que podemos llegar a ser los adultos.
Como aquellos niños sujetos en los brazos de Jesús, tranquilos y confiados, sin pretensiones ni apariencias, buscando sonrisas en las que reflejarse. Así debemos ser los seguidores de Jesús. No se trata meramente de recibir en nombre de Jesús a los desprotegidos y a los necesitados, se trata también de identificarnos con ellos de tal modo que hagamos nuestras sus desdichas. Si recibiendo a un niño recibimos a Jesús, cuanto más necesitamos nosotros ser recibidos por Él.
Interesante cuestión la que es planteada a Jesús en el versículo 38. Basados en un mero: “Hemos visto”, que denota falta de conocimiento y superficialidad, aquellos discípulos en boca de Juan levantan uno de esos perjuicios colectivos que, abonados siempre con ignorancia, propagan la exclusión y el rechazo a todo aquel que no está con nosotros.
Lo cierto era que un extraño echaba demonios en nombre de Jesús, algo que ellos mismos, siendo discípulos “oficiales”, no llegaron a conseguir en diversas ocasiones a causa de su incredulidad. Así que, motivados más bien por la envidia, aquellos discípulos se ponían en evidencia mostrándose beligerantes con aquel exorcista solitario. Así pues, su enojo era en realidad síntoma de su propia frustración.
Los discípulos tenían autoridad solamente porque Jesús se la había otorgado, sin embargo, no la utilizaron correctamente prohibiendo actuar aquel hombre. Notemos también que su enfado no es tanto porque aquel hombre no siguiera a Jesús, sino porque no les seguía a “ellos”, refiriéndose erróneamente a Jesús y a ellos mismos.
A pesar de todo, Jesús no les quitará la autoridad que les dio, pero sí les enseñará a usarla. Les enseña que nadie puede obrar milagros en el nombre de Jesús y luego hablar en contra de él. Seguidamente, Jesús cita una de sus frases más conocidas: “El que no es contra nosotros, por nosotros es”. Estas palabras de Jesús deberían mantener nuestros ojos bien abiertos, pues ciertamente, descarta, definitivamente, cualquier atisbo de neutralidad en el ser humano. Así que debemos estar dispuestos a admitir que algunos siguen a Jesús, sin estar entre nosotros, y que otros que están entre nosotros puede que no sigan a Jesús.