Marcos 14:3-9 Y estando El en Betania, sentado a la mesa en casa de Simón el leproso, vino una mujer con un frasco de alabastro de perfume muy costoso de nardo puro; y rompió el frasco y lo derramó sobre la cabeza de Jesús. (4) Pero algunos estaban indignados y se decían unos a otros: ¿Para qué se ha hecho este desperdicio de perfume? (5) Porque este perfume podía haberse vendido por más de trescientos denarios, y dado el dinero a los pobres. Y la reprendían. (6) Pero Jesús dijo: Dejadla; ¿por qué la molestáis? Buena obra ha hecho conmigo. (7) Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros; y cuando queráis les podréis hacer bien; pero a mí no siempre me tendréis. (8) Ella ha hecho lo que ha podido; se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura. (9) Y en verdad os digo: Dondequiera que el evangelio se predique en el mundo entero, también se hablará de lo que ésta ha hecho, para memoria suya.
Una vez más encontramos al Señor Jesús navegando en medio de un mar de paradojas. Primero lo encontramos comiendo en casa de un tal Simón “El Leproso”. Con toda seguridad, Simón había sido sanado por nuestro Señor ¡Qué buena la actitud de Simón! Después de haber sido sanado supo ocupar su lugar.
Mostrando agradecimiento. Tuvo la gentileza de invitar al Señor a comer a su casa. Como una ofrenda ofreció su sustento para alimentar al Señor.
Teniendo comunión con el Señor. Una cena con compañía no solo sirve para alimentarnos, sirve sobre todo para conocernos, y para estar más unidos. Cuando alguien come en tu casa deja de ser un extraño. Inmediatamente pasa a ser tu amigo.
Sacrificio de Adoración y Alabanza. Hasta ahora la historia transcurre sin que ocurra nada fuera de lo cotidiano. Hasta que una mujer irrumpe osadamente en la velada sin haber sido invitada. En primer lugar hablamos de una mujer. Es un detalle que no podemos pasar por alto ya que no solo pertenecía a un segmento de la sociedad claramente marginado, tampoco se podía ver con buenos ojos que una mujer tuviese tales confianzas con un hombre que no fuera, al menos, familia.
Pero así fue como el Señor Jesús fue ungido esa noche, de esta manera tan bella y sencilla, tal y como era su vida, como el Rey de reyes que era, y como el Sumo sacerdote que da su vida en sacrificio por todos aquellos que creen en Él. El ungimiento de Jesús por aquella mujer iba a ser, sin duda, uno de los actos más relevantes que han acontecido jamás en esta Tierra.
Pero lo que sin duda sacó de quicio a aquello comensales fue el “despilfarro” de aquella mujer. Romper un costoso jarro de precioso oleo perfumado y derramarlo sobre la cabeza de Jesús era el “no va más”. El coste del perfume era aproximadamente el del salario de un año. Estoy seguro que no seríamos pocos los que nos escandalizaríamos de semejante “despilfarro” con una mentalidad tan pragmática como la que impera hoy en día.
Puede ser que la preocupación de algunos fuera realmente proveer para los necesitados, pero resulta un tanto extraño una indignación, como la manifestada por algunos, por un dinero que ni tan solo era de ellos. Uno puede estar en desacuerdo ¿Pero por qué indignarse de esta manera? Sin duda había otro tipo de interés que el de proveer para los pobres. Ciertamente, la tendencia del ser humano siempre es la de magnificar los bienes materiales. En Juan 12:4 se nos revela la identidad de, al menos, uno de los discípulos que se escandalizó con “el despilfarro”: Judas Iscariote. Justamente el “tesorero” de los discípulos. Y como sabemos, aquel que traicionó y entregó a Jesús. Una mente racional y calculadora difícilmente glorifica a Dios. Sabemos también que no se puede servir a Dios y a las riquezas, porque acabaremos despreciado a uno de los dos, en función de a quien adoremos.
El escándalo no quedó en solo eso, sino que aquellos indignados no tardaron en cargar contra aquella pobre mujer reprendiéndola sin contemplación. De hecho el verbo “embrimaomai” significa “reñir con ira”, “suspirar con disgusto” No fue meramente una amonestación.
El acoso verbal y las críticas contra aquella mujer eran tan grandes que Jesús tuvo que intervenir pidiéndoles que dejaran de molestarla. Afirmando seguidamente: «buena obra ha hecho conmigo”. No se daban cuenta de que lo que estaba haciendo aquella mujer era justamente lo que había que hacer. Cuando hacemos las cosas ¿Por qué las hacemos? ¿Para quién es en el fondo? Solo lo que se hace por y para el Señor Jesús tiene sentido.
En el Reino de Dios también existen el orden y las prioridades. Lo más importante en la vida es el Señor Jesucristo y mi relación con Él. Lo más importante en la vida de todo hombre es el Evangelio. A partir de ahí la bendición puede extenderse a cualquier aspecto de nuestra vida. Y aunque proveer para los necesitados es una obligación, amar y obedecer al Señor Jesucristo es una necesidad.
No todos tenemos los mismos dones, ni las mismas capacidades. Uno no es mejor, ni peor delante del Señor por hacer un tipo de trabajo u otro. Por otro lado, cada tiempo tiene su propia necesidad. Y aquella mujer hizo lo que era necesario. Gracias a su intervención. Jesucristo fue ungido como correspondía al Mesías. Aquel que había de venir, y vino, aunque no todos lo reconocieron ni le recibieron.
Aquella mujer, sin saberlo estaba siendo un importante instrumento en la construcción de la gran obra de Dios: El Evangelio. Hoy no podríamos hablar del Ungido de Dios (El Mesías) que vino a dar su vida para salvarnos por amor a nosotros si ella no le hubiera ungido como correspondía a todo sacerdote, y a todo rey.