15. Y por fin llegó el séptimo día. Probablemente el más esperado de todos, pero también el que iba a ser el más duro. Era como si hasta el momento solo hubieran estado entrenando, y ahora, por fin, lo que tocaba era jugar de verdad. Así que allí se encontraba aquella procesión que resultaría ya familiar a los habitantes de Jericó: Los soldados encabezando el grupo, los siete sacerdotes con las siete trompetas, luego los sacerdotes que llevaban el arca, y al final otro puñado de soldados ocupándose de la retaguardia. Se calcula que las siete vueltas iban a durar unas tres horas. Así que, una vez más serían el “hazmerreir” de la ciudad, pero esta vez durante tres largas horas. Y a pesar de todo, los militares que defendían las murallas aún no habían conseguido vislumbrar ninguna maquinaria militar que pudiese, ni tan solo, dañar aquella inexpugnable fortaleza…
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