Josué 6:12

12. Josué se levantó bien de mañana, a pesar de tener unos 80 años, y como era su costumbre, se levantó especialmente temprano para poner delante del Señor todo aquello que Dios le había encomendado. Es sabio el refranero español cuando afirma que “quien madruga Dios le ayuda”. Y también es bueno dar las primicias del Día al Señor. Así lo hacía nuestro amado Salvador cuando estuvo entre nosotros. Debemos pues presentarnos de mañana delante de Él en oración dispuestos a dedicar cada día de nuestra vida a nuestro Dios en sacrificio santo y agradable a Él.

Estar en su presencia, escuchar y guardar la Palabra de Dios, no hay tarea mejor para el sacerdote de Dios. No podemos dar sin antes recibir. No podemos “andar por las aguas” si el Señor no nos sostiene. Nunca debemos confiar en nuestras propias fuerzas, sino que todo esfuerzo debe ser dedicado al Señor para que lo bendiga. Solo el Espíritu de Dios conoce a Dios, y solo el espíritu del hombre conoce al hombre. Solo cuando Él crece y nosotros menguamos se produce esta maravillosa relación de amor y conocimiento mutuo.

Como sacerdotes del Señor somos responsables de llevar el mensaje del Evangelio en nuestras vidas, es nuestra responsabilidad guardarlo y darlo a conocer a aquellos que nos observan desde “sus fortalezas”. Debemos poner de manifiesto nuestra confianza en el Señor Jesucristo obedeciéndole en todo, fiándonos de cada una de sus palabras, amándonos y sirviéndonos tal y como Él nos ha enseñado. Llevando también el Evangelio hasta lo último de la Tierra.

Nuestro trabajo es ministrar. Esto significa llevar un mensaje, una Palabra que no es nuestra, sino del Señor Jesucristo. Es por ello que no debemos guardarnos de fingir, o inventar ningún otro evangelio que el suyo. Porque el mensaje ya está escrito y ya se ha humanado en la persona de Jesucristo. Nuestra misión hoy es abrir la puerta que permita al Espíritu Santo actuar en nosotros, sus siervos, y en aquellos que nos escuchan y ven.

Qué duda cabe que solo el Señor puede abrir nuestros ojos y los de aquellos que nos observan, solo Él puede curarnos, aunque para ello deba aplicarnos algún tratamiento ocular ¿dejaremos que nos aplique barro y su saliva si hace falta? ¿Seremos capaces de andar a ciegas un breve trayecto hasta el lago de Siloé para lavarnos y poder ver?

¿Cuánta es nuestra fe? Porque fe es lo que necesitamos. Noé no tenía prueba ninguna de que el diluvio fuera a acontecer, sin embargo nos dice la Escritura que “diligentemente” y “reverentemente” se puso a construir el arca. Por ello salvó a los que pertenecían a su familia, y condenó a los impíos. Por su fe en Dios Noé heredó una justicia que no le pertenecía.

Por la fe Abraham obedeció el llamado de Dios y lo dejó todo para ir a un lugar que ni conocía, ni le pertenecía, aunque Dios se lo iba a dar en heredad.

Desde luego, ninguna fortaleza jamás se tomó del modo en que aquellos israelitas iban a tomar la ciudad amurallada de Jericó. Sin duda, aquella fue una forma de probar la fe de Josué y de Israel. Y es que cuando se prueba la fe, en realizad lo que se prueba es la obediencia a la voluntad de Dios. Desde luego lo que el Señor les estaba pidiendo no era fácil. Hacer un ridículo tan espantoso y exponerse a aquel peligro, no un día sino siete, no era cualquier cosa.

Pues bien, esto es lo que el Señor nos pide: una “marcha diaria” con poco, o ningún conocimiento del mañana (No te jactes del día de mañana, porque no sabes qué traerá el día. Pro 27:1; Por tanto, no os preocupéis por el día de mañana; porque el día de mañana se cuidará de sí mismo. Bástele a cada día sus propios problemas. Mat 6:34).

Su madre dijo* a los que servían: Haced todo lo que El os diga.
(Juan 2:5)