Josué 6:11

11. Las ciudades de este mundo son de los hombres. En ellas se crece el orgullo humano. En ellas se comercia y se genera riqueza, en ellas el hombre queda resguardado y a cubierto. Ellas son símbolo de civilización, arte, ciencia, pero también de idolatría. Como en tiempos de Babel, en ellas el hombre se levanta “como si fuera dios” y es capaz incluso de “desafiarle”.

Pero aquí tenemos el arca, viajando alrededor de la ciudad como la luna a la que adoraban sus ciudadanos. Del mismo modo nosotros, por “piedras vivas”, “cartas abiertas”, “olor fragante” giramos alrededor de una sociedad que nos observa entre el temor y la indiferencia, la admiración y la burla.

En este episodio de la toma de Jericó, al terminar la luz del día, el Pueblo de Dios se retiró al campamento: Mahanaim. Este era el nombre que se daba al conjunto de tiendas utilizadas por viajeros o militares. Y es que en realidad esta es nuestra condición como Pueblo de Dios. No estamos llamados a aposentarnos en las ciudades de este mundo, prosperar y disfrutar de la vida mientras pasan los años. Sino que somos más bien llamados a las incomodidades del viaje y la batalla. Somos embajadores, portavoces, y militares enrolados en el ejército del Reino de Dios.

Como soldados, no vamos por “libre”. Formamos parte de un ejército. Debemos ser disciplinados. Tenemos un entrenamiento que desarrollar, unas órdenes que cumplir, una estrategia a la cual adaptarnos, y un capitán al que obedecer sin rechistar.

Pero no estamos solos, el Ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, el campamento nos es refugio en la noche, en él descansamos, en él recuperamos fuerzas, recibimos nuevas instrucciones, y nos gozamos en una obra que nuestro Rey ya ha consumado, en una batalla que Él ya vencido, y en un gloria venidera que Él ya nos ha otorgado.

No debemos olvidar que el protagonista de la procesión no era el Pueblo de Dios sino el Arca. Símbolo de la presencia de Dios y de su Palabra. Del mismo modo, todo el mundo debía saber que quien iba a vencer no iba a ser el pueblo, sino Dios mismo por su Palabra.