Josué 6:9

9. Cierto es que Dios nunca abandona su pueblo. Nunca lo deja sin protección. Aunque no sean visibles a los ojos de la carne, “más son los que están con nosotros que los que están con ellos”. Ciertamente nuestro defensor y escudo va delante de nosotros, por lo tanto, no debemos  temer. Proclamemos, pues las buenas nuevas, no nos cansemos de anunciar el Evangelio, y no nos cansemos de andar por fe. Nuestras vidas y nuestras palabras deberían levantar alabanza y adoración a nuestro Dios entre los que nos rodean. La Palabra de Dios es nuestro respaldo, nuestra guía, y nuestra garantía. Ella da testimonio del Señor Jesucristo. Ella nos inspira y nos mueve a la alabarle y a adorarle durante toda nuestra andadura.
Aquel festival de adoración y proclamación del nombre de Dios era continuo mientras rodeaban la ciudad. Las trompetas no descansaban, no había notas inciertas, y el sonido no cesaba mientras caminaban.
Pero para que todo esto pueda darse en nosotros es necesario que vayamos limpios, que nos alejemos de toda impiedad, que la Palabra de Dios limpie nuestros pies y nuestras manos. Somos la luz de este mundo, y el mismo amor que nos ha perdonado y curado a nosotros debe hacerlo también a los que nos rodean mediante nuestras vidas, nuestras obras.
Es de notar que mientras el Pueblo de Dios caminaba rodeando la ciudad, estos permanecían en silencio, y solo se oían las trompetas. No fue hasta la séptima vuelta del séptimo día que se oyeron sus voces. Así que lo importante es hablar, no cuando nos apetezca, sino cuando el Señor quiera. En la proclamación del nombre de nuestro Señor no vale ir por libre. Hay que conocer muy bien la melodía, y hay que cantar cada estrofa solo cuando lo indique la partitura de la gran obra sinfónica de Dios.

Pues no saldréis precipitadamente, ni iréis como fugitivos; porque delante de vosotros irá el SEÑOR, y vuestra retaguardia será el Dios de Israel.
(Isa 52:12)