8. Ser el Pueblo de Dios tiene implicaciones. El Señor tiene un plan, un proyecto, en el cual cada uno de nosotros tiene cabida. El mandamiento que nos ha sido encomendado es muy sencillo: “Adorar al Señor”. Pero esto solo puede llevarse a cabo si el Señor, objeto de nuestra adoración, está en medio de nosotros. Solo viviendo en la presencia de Dios podemos vernos movidos a la verdadera adoración.
Se dice que el siete es el número de la plenitud, pero esta plenitud solo la hallaremos cuando nos amemos los unos a los otros, y esto solo ocurrirá cuando amemos a Dios de todo corazón, porque solo cuando amamos a Dios le adoramos en verdad. Amar a Dios, adorar a Dios, y amarnos los unos a los otros son una misma cosa.
La presencia de Dios, y Su Palabra, simbolizadas con el Arca, sugieren que no vamos a tener ninguna fuerza moral si no nos tomamos en serio los mandamientos de Dios. Debemos guardar la Palabra de Dios de tal modo que la amemos tanto que llegue a formar parte de nuestra vida con todo lo que ello implica. Y esto no es una opción, no debemos de olvidar que nos encontramos en medio de una guerra de proporciones cósmicas, y que ahora somos nosotros el ejército de Dios, y un soldado, jamás desobedece a su superior.
Una vez más el centro de atención es el Arca del Pacto. Con ello debemos de tener claro que esta no es “nuestra guerra”, en un sentido, sino la de Dios. Es Él quien está sitiando la ciudad, nosotros solo obedecemos sus órdenes, que son: “Adorar al único Dios verdadero”.
Fijémonos que en esta singular procesión, que se inició probablemente al amanecer, en primer lugar van los guerreros, hombres armados, seguidamente los sacerdotes, luego, el Señor en el Arca que, a su vez, iba seguido por un grupo de guerreros. La preeminencia, pues, no la tenían ni los hombres armados, ni los sacerdotes, sino quien iba en el centro. Estaba claro: El epicentro del terremoto que iba a sacudir aquellos robustos muros estaba en Arca.
«como cuarenta mil, equipados para la guerra, pasaron delante del SEÑOR hacia los llanos de Jericó, listos para la batalla.
(Jos 4:13)»