Josué 6:2

Josué 6:2. Es bueno escuchar, y escuchar distintas voces, pero lo que de verdad nos interesa es lo que Dios nos está diciendo. Porque sus palabras tienen más valor lo que digan o lo que piensen los hombres, incluidos nosotros mismos.

Para Dios no somos un mero número, un individuo más en la muchedumbre. Tenemos un nombre y el Señor lo conoce. Su relación con nosotros solo puede ser personal. Igual que para Dios 1000 años son como 1 día, y 1 día es como 1000 años. Toda la humanidad tiene el valor de un hombre, y un hombre el valor de toda la humanidad.

Nuestra es la batalla que el Señor nos encomienda, pero solo suya es la victoria. En la vida, solo aquello que procede de Él puede considerarse verdaderamente un logro o una bendición. Y es que, en última instancia, todo le pertenece, sea bueno o malo, no hay nada ni nadie que pueda, o haya podido, resistir el poder de su Palabra. No hay nombre más alto ni poderoso que el suyo. Este mundo con todos sus bienes, con todos sus poderes económicos, políticos o militares nada tiene que hacer cuando se enfrenta al Dios todopoderoso. “Yo he entregado”, ha dicho Dios en pretérito profético. Esto significa que habla en pasado de algo que aún tiene que ocurrir, por lo tanto, ocurrirá con toda certeza.

Dios podría manifestar su poder por sí mismo, pero Él ha querido manifestarlo a través de su pueblo. Él quiere realizar proezas, en y por nosotros, para que hombres incrédulos le conozcan y le teman.

Lamentablemente solemos acobardarnos ante los grandes retos, las grandes pruebas o las muchas dificultades que conlleva la vida. Pero eso no es del todo malo si somos capaces de poner nuestra flaqueza y temor en Sus manos. Porque es cuando nos sentimos indefensos y débiles cuando debemos confiar, tener fe, y esforzarnos para cobrar valentía en los poderosos brazos de su Gracia.

No lo dudemos más, si Dios nos ha dado Jericó, este será verdaderamente nuestro. Pase lo que pase, el Reino de los Cielos es nuestro, porque es el Señor quien nos lo ha entregado.